HAYA DE LA TORRE ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

La verdad del 23 de mayo de 1923

Las manifestaciones del 23 de mayo de 1923 contra el uso electoral de la religión y la libertad de conciencia, marcaron una época precedida por el surgimiento de nuevas ideas, la consolidación local del gran capital internacional imperialista, el desarrollo de la organización del pueblo y una sucesión de victorias y derrotas de una alianza obrero-estudiantil que abrió el camino para que las masas se organizaran e incorporaran a la política, consolidando nuevos liderazgos éticos y sociales como el de Victor Raul Haya de la Torre, el gran animador de ese activismo popular que produjo temor entre una oligarquía que optó por responder con violencia tratando de mantener su poder y recurriendo al uso abusivo de todos los recursos represivos contra ciudadanos movilizados en oposición al gobierno.

Aquí nos acercamos a la verdad histórica:

Haya de la Torre Entre el cielo y el infierno

LUIS NEGREIROS VEGA: MORIR PARA SEGUIR VIVIENDO

Un día como hoy, el 23 de marzo de 1950, fue vilmente asesinado el secretario general de la Confederación de Trabajadores del Perú y del Partido Aprista Peruano, Luis Negreiros Vega. Su muerte, pese al tiempo transcurrido, provoca rebeldía y sigue siendo una herida abierta en el corazón de los trabajadores.

Aquí un extracto del libro publicado en su memoria. 

NEGREIROS VEGA marzo 2023

TRIBUTO AL POETA ALBERTO VALENCIA CÁRDENAS

 GRANDE Y GENIAL EL POETA, VIBRANTE Y VALIENTE EL MAESTRO…

Haya de la Torre y el poeta Valencia

!Me inclino reverente ante su recuerdo! 

 
Alberto Valencia Cárdenas desde muy joven se integró a la comunión de hombres libres dispuestos salvar la nación, siguiendo el mensaje de Haya de la Torre, con la misma intensidad con la que algunos años después fue parte de los llamados «Poetas del Pueblo».
 
En su genial obra, aparecen sentidas páginas de un estremecido relato de la realidad de angustias y pesares con las que sobreviven el pueblo silente al que le tocó cargar la miseria sobre los hombros para seguir enriqueciendo a los que detentaban el poder. 
 
Gocé de su afecto, fui su alumno en la universidad  y compañero de ideales, permitiéndome ser testigo de su andar inagotable de preocupaciones con las que  aprendió a amar más al Perú. 
 
Contertulio de hombres de la talla de Ramiro Prialé y Luis Alberto Sanchez, pronto se hizo indispensable en el análisis de la realidad al que aportaba, a veces con desenfado,  esa sensibilidad especial de la que adolecen otros políticos sin humanidad. 

Cuando Alberto Valencia se marchó el 2005, entre Altas Letras y el sentido cántico aprista que señala el Paso de los caídos, su vida agónica alcanzó la dimensión que su presencia física parecía impedir, haciéndose desde entonces, una sola con la historia de la causa que abrazó desde muy joven y con la que forjó caminos de persistencia y lealtad, siempre en la defensa de las libertades y los derechos humanos. 

El vate, nuestro poeta, había inmortalizado en el verso y la prosa, el dolor de los excluidos y el reclamo de los dolientes, por eso su existencia se considera un instrumento de realización que fue, de la reflexión pura, hacia la política como servicio.

Pasó a ocupar su puesto en el Olimpo de los Nobles Hijos del Pueblo, junto a los que marcharon antes, legándonos la tarea inconclusa de la justicia social y el bien común, por eso, que escuche el que tenga inteligencia y vea quien descubra sus ojos, porque aquí está el hálito del poeta que nos recuerda la profecía:

«Cantemos alegres los viejos combates,

las nuevas hazañas, los viejos dolores

(la palabra es triste).

Que nadie recuerde las negras prisiones

Pues Dios es un viejo que todos los días

conversa en las tardes de Filosofía

(la palabra estalla).

Miles de palomas,

almas extraviadas en la madrugada

inundan el cielo con broncos aplausos

que van alejándose hasta los confines

de una nueva historia.

¡La palabra es blanca y es voz y esperanza

que anuncia el mañana!»

                                                      Alberto Valencia

Y la palabra quedó escrita en piedra…
Ubicados de Izq. a der.: Luis Carnero Checa, Guillermo Carnero Hoke, Eduardo Jibaja, Alberto Hidalgo, Gustavo Válcarcel, Victor Raul Haya de la Torre, Alberto Valencia Cárdenas, Antenor Samaniego, Manuel Scorza, Julio Garrido Malaver, Ricardo Tello y Mario Puga.

MANUEL ARÉVALO CÁCERES Pasión y muerte de un líder proletario aprista (Extracto)

Una cruz a la vera del camino

 

“…Y porque hablo en nombre de todos los compañeros del Partido, tengo la obligación de entregarte un regalo. Yo sé que no van a entenderlo ni verlo siquiera los que no son apristas. Traigo en este cofre de espíritu, el viejo tesoro del aprismo. Abrimos una roja tapa de sangre y conmigo están – todos los vemos- las cuatro palabras mágicas de nuestra fortuna. Allí las puso Manuel (Arévalo) antes de irse hacia la muerte esa tarde del camino frente al mar. Allí están todavía intactas, relucientes, invictas, hablando del pasado y al futuro. Te las traemos hoy, como nuestro mejor regalo hecho promesa de mantenerlas y servirlas. Porque sabemos, compañero, hermano y Jefe, que nada llegará más puramente a tu corazón que saber que decenas de miles de apristas en todo el país, van a prometer conmigo seguir cuidando el tesoro de nuestras cuatro palabras mágicas: Fe, Unión, Disciplina y Acción”.

Manuel Seoane “Recado del Corazón del Pueblo”Día de la fraternidad – Estadio Nacional –  Lima, 1946

 


“Quisiera que ustedes, los más jóvenes, siguieran el preclaro ejemplo de Manuel Arévalo (…) él no fue solamente un gran líder obrero, sino un heroico ciudadano y un autodidacta de extraordinaria cultura para su edad. Representante al Congreso a los 28 años, mártir a los 33, Arévalo fue fuerte de cuerpo y de mente y unió en su vida extraordinaria, todas las más superiores cualidades del hombre integral” 

                                                                                       V.R. Haya de la Torre, rteunión con tejedores 17 de febrero de 1946


 

 Aproximación al hombre y su ideal

El hecho que la biografía de un trabajador sea tan rica en realizaciones trascendentes, contenidos principistas y alta conciencia cívica, no debería llamar a sorpresa.

La historia de nuestros países y pueblos está llena de ejemplos de heroísmos cotidianos que contrastan con la suntuosidad de los insulsos y fatuos desprendimientos de las oligarquías que aparecen en narrativas en las que se tuerce la verdad para que los ricos luzcan misericordiosos, desprendidos y patriotas, mientras soslayan en el registro oficial, las gestas producidas por los pobres y el rol de sus esclarecidos dirigentes, aunque éstos hayan entregado la vida por causas de solidaridad, justicia y libertad.

Manuel Jesús Arévalo Cáceres fue un hombre sencillo del campo y autodidacta dedicado al trabajo desde muy niño. Colaboró entusiastamente para vencer la adversidad de la escaséz material y se lanzó a la búsqueda de mayores y mejores oportunidades mientras se formaba como hombre de bien, reconociendo su entorno y comprometiéndose con los esfuerzos de cambio que ya impulsaba el anarcosindicalismo, tratando de acabar con la brutal explotación que sufrían los trabajadores, entre los que forjó conciencia suficiente para vencer la apatía y el fatalismo, males que usaba el conservadurismo para mantenerse en el poder y desde allí, condenar al más abyecto oscurantismo a los pobres.

Arévalo sabía de la urgencia de realizar cambios, pero también, que el primer gran esfuerzo para lograr la transformación de la política y la economía, debía ser el del cambio del hombre-trabajador condicionado por siglos al individualismo, al consumismo y una lesiva pasividad que se propuso combatir para ponerle fin, a partir del redescubrir de los valores que hicieron grande nuestro pasado como pueblo y nación, acometiendo -con clara conciencia social-, nuevos objetivos, roles y responsabilidades en la construcción de ese futuro mejor que solo podía ser posible, permitiendo que, como ha sucedido durante casi todo el siglo XX, el movimiento popular indoamericano -del que Arévalo constituye un paradigma-, siguiera siendo la vanguardia organizada de los que menos tienen en medio de la larga e inagotable lucha por la justicia social.

Con un impresionante y dedicado activismo, irrumpió en el mundo obrero-campesino, respondiendo este joven y esclarecido dirigente liberteño, al impulso de los nuevos tiempos con la consistencia de las ideas que abrazaba, pero consolidando, además, un liderazgo que patrocinó la exigencia de derechos largamente postergados y la conquista de beneficios orientados a la mejora de las condiciones generales del trabajo, sin lamentaciones, ni actitudes desesperadas y dando pasos certeros hacia un nuevo modelo de convivencia ciudadana con mucho menos desigualdad.

Las características del modelo propuesto y su protagónico rol personal en la consecución de los objetivos trazados, nos lleva a hacer un alto en la presencia de Arévalo, poniendo énfasis en la dimensión del valor del hombre, pero comprendiendo cuáles fueron los demás elementos que se conjugaron en el momento que le tocó vivir, permitiéndole avanzar exitosamente en lo que puede ser definido como un activismo innovador que promovió la unidad sobre compromisos que confrontaron el abuso y pugnó por abolir la explotación del hombre por el hombre, inflamando voluntades con las que el pueblo organizado conseguiría victoriosas jornadas en esa marcha transformadora llamada a convertirse en el sostén del ejercicio de una nueva y plena participación popular, notoria desde los primeros años del siglo pasado.

La vida de Manuel Arévalo constituye un ejemplo que nos aproxima tempranamente a la filosofía misma de una legítima rebeldía popular, una que viene del pueblo y retorna a él sembrando experiencias y retroalimentándose a través de vidas consagradas, de voluntades puestas al servicio de objetivos superiores que ayudaron a moldear el perfil del nuevo hombre indoamericano, en la perspectiva de un futuro distinto al que defendía la sociedad oligarca, elitista y excluyente que vapuleaba el frágil interés humano para someterlo, ninguneando los gestos insurgentes del pueblo pobre al que quisieron mantener en la letanía de una historia de tiempos horizontales cuya narrativa resaltaba solo el protagonismo insulso de los ricos, como si en el contexto de la vida social de los pueblos nunca pasara absolutamente nada distinto a lo que ellos hacían.

La noción de posibilidades, progreso y solidaridad que incorpora Manuel Arévalo al discurso proletario, le devuelve protagonismo a la agremiación que se enriquece con los impulsos revolucionarios que llegan con el inicio del siglo XX, permitiendo realizaciones creativas y la aplicación de nuevos métodos de lucha en las que participa el pueblo cuya conciencia se eleva, orientando sus esfuerzos hacia el fortalecimiento de la organización sindical moderna, aquella que insiste en rescatar a los ciudadanos del oscurantismo en el que viven, imponiendo una cultura de solidaridad en el que la unidad en la acción, es capaz de vencer esa otra idea de “fatalidad inexorable” por la cual los ricos hacen creer que, quien nace en la pobreza material no solo es un discapacitado emocional y moral, sino, un ser incapaz de emprendimientos y negado para superar esa realidad adversa, un estadío en el que además, abandonar los estudios “es lo que siempre sucede” para que haya mayor posibilidad de acceder a laborar, abaratando la mano de obra del trabajador, fuerza productora a la que consideran un elemento de segunda clase, contratable o vendible, característica despreciable de un tipo de  semi-esclavitud que pretende que el trabajador siga siendo la fuerza generadora de una riqueza ajena.

Una característica que vale la pena resaltar, es que Arévalo abandonó  el “yo” de las satisfacciones individuales, para defender el “somos” que guía la fuerza constructiva de un tipo de progresismo en el que no es posible omitir el aporte del anarcosindicalismo, ni el pensamiento político de Victor Raul Haya de la Torre, expresados en la palabra y la acción de preclaros líderes populares como Nicolás Gutarra, Adalberto  Fonken, Julio Portocarrero, Miguelina Acosta, Carlos Barba, Arturo Sabroso, Manuel Guerrero Quimper, Magda Portal y Manuel Seoane, personalidades con los que, entre otros, descartó la vieja asociación de pobreza material, trabajo manual y mala suerte, con esa rebeldía anárquica y violentista a la que opuso, a partir de la exacta comprensión del problema económico y social, un modelo de organización donde una nueva filosofía de la transformación llamaba al proletariado a romper con el pasado vergonzante, para  incorporarse al proceso de reedificación de su propia identidad, socializando múltiples y realizables inquietudes que fueron dejando sin posibilidades a la utopía del socialismo igualitario y la dictadura proletaria, asumiendo un programa de transición revolucionaria como un espacio temporal posible, preservando sobre todo, la defensa de la libertad, priorizando el objetivo de la democratización de la economía para garantizar a todos los ciudadanos, el bien común.

Como respetado líder de los trabajadores y gran dirigente político, Arévalo avanzó de la mano del anarcosindicalismo precursor hacia el pensamiento y la obra del aprismo, fortaleciendo la noción del frente único, una alianza pluriclasista de trabajadores manuales e intelectuales, un movimiento progresista de vanguardia que libraría en lo inmediato, dos tipos de batallas, la primera, contra las formas groseras de explotación y otra, de igual o mayor importancia, confrontando los vicios impenitentes que afectaban la conducta social de los obreros en particular y los trabajadores en general, debido a la proliferación del alcohol, el opio y el ocio difundidos masivamente entre los pobres que veían aletargada la voluntad del hombre, quebrantaba su moral y desaparecida la disciplina, ahondando los serios  problemas de salud sobrevinientes, que se sumaban a los económicos de fuerte impacto familiar y social.

Fueron importantes los proyectos desarrollados por Arévalo y también, innumerables las agremiaciones y colectivos a los que acompañó en medio del sufrimiento que anidaban entre la supuesta prosperidad de las haciendas azucareras y la naciente industria, razón por la que levantó todas las veces que fue necesario, su voz firme y decidida, reclamando unidad y lucha persistente, exigiéndole a sus hermanos, solidaridad constante, dejando severa y persistente constancia de la obligación de proscribir a los más perversos enemigos de la clase trabajadora, es decir, al divisionismo, el personalismo reaccionario y la traición.

De allí su vocación promotora de una férrea disciplina, justo en un tiempo en el que ya se había convertido por mandato del pueblo -como años después lo haría Luis Negreiros Vega- en la cabeza visible del activo y combativo sindicalismo proletario y la organización clandestina del aprismo norteño, llevando tras él, columnas de hombres libres defensores de las libertades que marchaban sin descanso hacia la confrontación por mejores condiciones de vida.

La orden que el general Óscar Raimundo Benavides Larrea heredó de su antecesor, el también presidente y tirano Luis Miguel Sanchez Cerro, fue simple: “asesinar a Manuel Arévalo”. Pensaban que, con el crimen del líder de los trabajadores, terminarían las manifestaciones de protesta y vencerían finalmente la oposición del aprismo y el movimiento obrero. Se equivocaron.

Las manifestaciones sociales que el pueblo producía no representaban la perspectiva de un hombre ni de una sola organización, por importante que esta fuera, eran reacciones producidas sobre la base de ideales y compromisos que se hacían carne entre la gente. Por eso, contra lo que suponían los regímenes de oprobio, el sufrimiento y crimen cometido contra Manuel Arévalo, se convirtió en fuente de inspiración, radicalizó la acción popular y sumó un significado distinto a la lucha misma, incorporando una idea mucho más clara de la estrategia en la lucha obrera que entendió entonces, la urgencia de consolidar plataformas comunes y unitarias que permitieran confrontar la realidad política, buscando mantener al tope la dignidad de los pobres en una gesta sin cuartel contra los embates de las tiranías, incluso, en plena clandestinidad.

La noticia de la muerte del líder sindicalista y político produjo un tremendo impacto en la moral combatiente de los trabajadores, en sus organizaciones y en las bases del Partido del Pueblo, como se conocía al aprismo peruano, pero desde que Arévalo pasó a la inmortalidad, vio sus ideas elevadas al infinito de la gloria y multitudinariamente difundidas.

Las investigaciones concluyeron que Salomón Arancibia, el mismo miserable que alteró la información y condujo a la muerte a Manuel Barreto Risco “Búfalo”, en el asalto al Cuartel O´donovan en la revolución popular de Trujillo del año 1932, fue el que, reeditando aquella conducta vil, recibió pago por entregar al líder obrero. Arévalo, por su parte, tras su captura, se elevó por encima de sus perseguidores y aceptó su militancia sindical y política con honor y valentía, alejándose una y otra vez -cuando la muerte lo acechaba a cada instante-, de las flaquezas que produce el comprensible temor humano.

Sus pensamientos estuvieron dirigidos hacia los suyos, a la familia, a sus nobles compañeros de los cañaverales, a los obreros que mantenían la organización obrera con el riesgo de su propia seguridad, a las cooperativas que impulsó y, hacia Victor Raul, su hermano, el jefe del partido y conductor de la revolución transformadora cuya vida debía ser preservada porque con él, subsistía el derecho de los pobres a un mejor destino.

Ramiro Priale Prialé y Alfredo Tello Salavarría recogieron con objetividad, paciencia y mucha dedicación, por largos años, valiosos testimonios que sirvieron a Luis Alberto Sanchez para reconstruir la historia de aquel crimen, confirmando, por ejemplo, que, en medio de los interrogatorios, Manuel Arévalo respondía cada pregunta con arengas partidarias y cada ofrecimiento de canjear su vida por la ubicación de los principales refugios de los dirigentes apristas, con una sonrisa que apenas se podía notar en su boca ya deformada por los brutales golpes.

Asi, cansados los verdugos por los procedimientos de tortura aplicados por largas horas sin conseguir absolutamente nada, sus captores lo condujeron por el Gólgota, a empellones tras cada caída, rumbo a la muerte, mientras el cuerpo maltrecho mantenía su dignidad en consonancia con aquel juramento de lealtad al noble pueblo aprista que había realizado con Haya de la Torre en las ruinas de la ciudadela pre inca de Chan Chan, donde se había fusilado a miles de inocentes el año 1932, acusados de exigir beligerantemente justicia y libertad.

La muerte de Arévalo, prohombre del movimiento popular –cual ironía del destino- – fue sin duda un tributo a la vida, una de esas circunstancias que trascienden el episodio mismo de la expiración en el umbral de la inmortalidad convertida en el corazón del proletariado en ejemplo perdurable.

Este hombre sencillo, trabajador del campo, un autodidacta, luego obrero, dirigente sindical y líder político de solo 33 años, fue canjeado por la miseria de la traición y unas monedas como un profeta de tiempos nuevos para morir finalmente, abatido por el odio y la insania, constituyendo su desaparición física un testimonio de firmes convicciones y entrega a una sentida obra liberadora, extraordinaria coincidencia con la historia de la cristiandad, donde hace más de dos mil años, los serviles de un imperio extranjero, asesinaron a quien, como Arévalo, con honor y lealtad a sus ideales, supo trascender en palabra y obra, proclamando como quedó escrito desde los orígenes de la fe: que por la verdad seríamos libres.

 

 

 

 

 

 

 

¡NO SON ABIGEOS!

Crisis, violencia y subversión… 

Puestos sobre la mesa los informes de los estragos producidos por sucesivos actos de violencia, la inexplicable respuesta del ex presidente Belaúnde ponía en evidencia la absoluta irresponsabilidad de la derecha política en el poder: “No, no, espérate, no, no, esto no es terrorismo, estos son abigeos. Cómo se te ocurre alarmar a la población”, fue la expresión crítica que quedaría registrada para la historia de la ironía.

De la sorpresa al horror

En pequeños núcleos obreros y de literatura universitaria, la inteligencia policial había detectado hacia finales de los años 70 del siglo pasado, un embrionario activismo orientado desde el discurso radical del comunismo, a la promoción de la violencia efectiva como arma política en la sociedad que aprovechaba la crisis terminal que enfrentaba la dictadura militar saliente, para generar caos, focalizando sus objetivos en la Carretera Central, lugar donde se concentra parte importante de la actividad industrial y, en universidades como San Marcos, San Cristóbal de Huamanga y La Cantuta.

Colgando perros muertos en algunos postes de la ciudad comenzaron a llamar la atención de cierta prensa que haría todo lo demás, generando historias diversas en torno a la imagen y significado de los animales muertos aparecidos -con morbo y harta zozobra incluída-,  reflejados en titulares que aumentaron la venta de sus diarios, a costa de servir de «caja de resonancia» de los objetivos primarios de una horda de muerte que en los años siguientes regaría el país de sufrimiento.

Tras un primer impacto producido en la población, se sucederían luego,  otro tipo de objetivos como los ataques a torres de alta tensión que dejaría en penumbras y sin actividad a ciudades enteras, los secuestros, las muertes selectivas y las explosiones por doquier, todos, actos de terror reivindicados desde el anonimato por el grupo subversivo Sendero Luminoso y que eran mostrados como miserables trofeos con un bárbaro saldo en vidas que crecería desde entonces de manera exponencial.

Golpeando directamente a inocentes y de manera constante, la convivencia con la violencia normalizó el terror que imponía el Partido Comunista S.L. llevando a los iniciales  “negadores del terrorismo” en el gobierno, a iniciar un cruel registro de bajas humanas, monetarizando la destrucción del patrimonio nacional desde seguras y cómodas trincheras que se fueron construyendo para protegerse, dejando expuestos a los demás peruanos a la incertidumbre y la muerte, una penosa circunstancia que los llevó a renunciar a sus expectativas, a sus bienes, a la habitualidad de sus vidas evaluando la posibilidad de emigrar del país para encontrar la paz que se hizo esquiva al verse inmersos, sin merecerlo, en los dramas de una mal llamada guerra popular que parecía ir liquidando de a pocos, al país que pasó de ser un mendigo sentado en un banco de oro, a un país sentado sobre cadáveres y destrozos materiales incuantificables.

Ciegos en la derecha y tuertos en la izquierda comunista

Con el terror como espada de Damocles encima, quedaba en evidencia que los servicios de inteligencia no se habían equivocado y que «los abigeos de Belaúnde», eran terroristas. Los conservadores, una vez más, no fueron capaces de reconocer que el hambre, la desatención de los ciudadanos, el nivel de corrupción en el Estado y la falta de esperanza en la gente, aparecían teóricamente como el pretexto perfecto para tratar de justificar la escalada violenta que puso en evidencia la incapacidad objetiva del Estado burocrático y elefantiásico para enfrentar y frenar la la banda de fanáticos fundamentalistas que se habían declarado enemigos del Perú. 

Los comunistas de la época que intgraban la izquierda radical, escondidos tras las sinuosas poses y discursos del parlamentarismo, ensayaban variopintas versiones de un confuso discurso que insistía que el poder nacía del fusil, cuando manantiales de sangre de víctimas inocentes del terror bañaban nuestra patria, resistiéndo sus principales dirigentes a aceptar que entre sus propios camaradas, en sus propias filas y con su mismo discurso, se encontraban quienes fueron capaces de poner en práctica, lo que su literatura promovía frenéticamente por décadas, por lo que la historia registra que, de la narrativa del PC histórico, al activismo terrorista de PC Sendero Luminoso solo quedaba la misma distancia que existía entre el pensamiento y la acción.

Esta fue, sin duda, una circunstancia fatal que los partidos de esa izquierda no supieron procesar, ni deslindar, prefiriendo el confort de la indefinición o la criminal indiferencia, un estado inanimado que constituyó la primera fase de una nueva posición de los ahora conversos del espécimen caviar, quienes alegan en todos los tonos, simplemente, no haber visto entonces, lo que era evidente, tratando de justificar su vocación politiquera y reaccionaria al haberse puesto de costado, para no enfrentar al terrorismo .

Las consecuencias derivadas del avance de las huestes sanguinarias de Guzmán Reynoso, émulo folclórico de Polpot y autor de un genocidio sin precedentes, se sufrieron por largo tiempo, a pesar, incluso, de la fuerza de la unidad de los peruanos que, superando la confusión de algunas autoridades, la campaña de malinformación de cierta prensa amarilla y el natural temor que producía este enemigo,  supieron enfrentarlo en cada lugar que pudieron, en fábricas, en escuelas, en universidades, en los mercados, en los grupos sociales, en el seno de la comunidad organizada, etc., escenarios en donde, a pecho abierto y asimilando la experiencia adquirida a precio de vidas humanas, se amalgamaron todos los esfuerzos con los partidos políticos, movimientos sindicales, ronderos, brigadas de autodefensa y comunidades campesinas para sumarse a la labor desplegado por las fuerzas armadas y policiales que desarrollaba labores realizadas por unidades tactico-operativas como la DINCOTE, la DINOES y el propio GEIN.

Sería injusto, sin embargo, no ponderar el enorme esfuerzo desplegado por las organizaciones civiles democráticas, entre ellas, los partidos políticos cuyo compromiso, solo en el caso del APRA, entregó miles de vidas de sus militantes por la causa de la paz, permitiendo, en la etapa más difícil de la subversión, reconocer la voz de ciudadanos que en medio de aquella lucha, reconoció al enemigo, lo desafió en el seno del pueblo y ganó la mayor y más importante de todas las guerras, la ideológica, una victoria a la que siguieron las demás que terminaron por desarticular a S.L y su pretendido Ejército Guerrillero Popular.

Entre el primer acto terrorista en Chuschi, Ayacucho, el año 1980 y el momento cumbre de la derrota político-militar de Sendero Luminoso en noviembre de 1992 -cuando en Lima se capturó y llevó a prisión a Abimael Guzmán Reynoso y los principales cuadros de Sendero Luminoso-, hay un período de tiempo que es experiencia acumulada que, sin embargo, parece haber servido poco, ya que el Perú citadino y limeño mantuvo la división literal del país en dos, dejando al Perú rural provinciano alejado de la modernidad y desatendido económica, socialmente y culturalmente.

Sin rectificaciones

Mientras la algarabía patética por la derrota de Sendero Luminoso obnubilaba algunos, el neoliberalismo aprovechó las circunstancias para desatar otra guerra prolongada, también atemporal y tan grave como la del terrorismo, aunque esta vez, desde la derecha.

Los partidos políticos que habían ayudado tanto en el proceso de recuperación de la paz, fueron las primeras víctimas. Sobre ellos, sus dirigentes y sus bases, se desataron compañas infames –increíblemente como pretendía SL antes- tratando de borrar todo rasgo de cultura progresista y desmovilizarlos sin impotar su vocación democrática, a través de un «pragmatismo» que dedicó sus mayores esfuerzos a promover el individualismo y defender febrilmente el libre mercado, en vez de garantizar las libertades y los derechos de las personas de la sociedad plural, pensando con ello, haber acabado ahora si, con los partidos políticos de ideologíay raigambre popular. 

Los conservadores se sintieron dueños absolutos de la historia, pensando seguir manejando el poder a su capricho y postergando desde el gobierno la posibilidd de resolver los conflictos sociales que varias décadas antes se habían usado como pretexto para el origen de la violencia terrorista. Pero acostumbrados al poder incuestionable, en esta etapa de su desarrollo político y sin mayores presiones, la derecha política terminó creyéndose su propio cuento al suponer que Sendero Luminoso había sido totalmente liquidado, que aquellas causas que sirvieron de caldo cultivo para su aparición y desarrollo ya no existieran, como si la cárcel hubiera eliminado su militancia fanatizada y como si se pudiera encapsular el tema subversivo por siempre (para que otro atentado como el de la calle Tarata en Miraflores no les explote en la cara), afincando el problema en donde no se sintiera, en un lugar aislado y suficientemente distante de Lima como para no verlo, es decir, allá, en las zonas de la selva, entre los ríos Apurímac, Ene y Mantaro.

Creer, como lo han hecho los defensores del Perú aristocrático, que desde Lima se puede entender y manejar la realidad del país, fue volver a suponer, erróneamente, que las ideas pueden desaparecer porque no nos gustan o, porque doy la orden que asi sea. No era suficiente detener dirigentes o duplicarles las penas porque no hay plazo que no se cumpla y, aunque su principal líder incluso esté muerto, la violencia, siendo endémica, sigue existiendo y afectando a la población y a las relaciones sociales existentes, por tanto, también ideal para seguir siendo usada como pretexto de una permanente rebeldía social.

Tras la captura de Abimael Guzmán, dos corrientes internas de S.L. se disputaron el liderazgo de la nueva etapa de la guerra popular que se iniciaba. Se impuso, a pesar de la capitulación del Comité Central, quienes planteaban la recomposición del partido y la continuación de la lucha por la vía política, dentro del Estado burgués, usando del parlamentarismo y todas las ventajas ofrecidas por el sistema. La guerra popular así, avanzaría sin los tropiezos de la primera etapa  bajo la misma visión prolongada, mesiánica y atemporal a la que sirvió y vuelve a servir la torpe caviarada que desde su participación en la Comisión de la Verdad y Reconciliación (que no  reconcilió a nadie)  y la promoción propagandística del Lugar de la Memoria (selectiva y filo violentista), introduce en su narrativa, la idea de que la pobreza, inexorablemente, lleva a la violencia y que lo que hubo en el país fue un conflicto armado, ergo, una guerra civil, denominación que le permitió inmerecidamente a los terroristas invocar el auxilio de Naciones Unidas, pasearse por el mundo con campañas propagandísticas pro SL y buscar el apoyo de los organismos de los Derechos Humanos, gracias a la imposición de una neo clasificación que usa sin derecho, términos como guerrilleros, presos políticos, etc.

Violencia reeditada

Cuando en estos tiempos la violencia recrudece, vuelven a mostrarse antiguos conflictos sociales nuevamente toman las calles, haciendo coincidir actores legítimos, con motivaciones soterradas que usan las mismas causas de la protesta social como argumento de sus disloques violentistas.

La derecha, increíblemente, insiste en equivocarse cumpliendo un papel bobo. Alerta que quienes conducen estos acontecimientos son delincuentes comunes y bárbaros sin cultura, una especie de neo abigeos iletrados a los que considera que, «castigándolos pueden cambiar», mostrando un desconocimiento absoluto del problema y omitiendo sindicar directamente a los terroristas como autores en la sombra, aunque de esa forma dejan de reconocer sus propias debilidades y omisiones, mientras el comunismo, reciclado en su variante histórica y caviar, se poner otra vez de costado tras la miserable ironía de vivir más de cuarenta años sin haberse definido y menos, haber realizado un honesto mea culpa.

La lucha contra todo tipo de violencia, la defensa de las libertades y el derecho del pueblo a vivir en una sociedad de oportunidades y bienestar, reclama insistir en que el problema no es solo un asunto policial-militar, menos, un tema meramente político. La violencia es transversal y antiguo, no tiene su origen en la presencia de agentes de los países chavistas decididos a despedazar al Perú, ni al sueño de algunos bolivianos de tener una salida soberana al mar; tampoco es exclusiva responsabilidad del narcotráfico que por cierto, hace años superó todas las expectativas de siembra de coca por hectárea y produce “la mejor” droga de la región, sino que, en conjunto, tiene que ver con una problemática endémica, integral y estrechamente vinculada al modelo económico dependiente y primario exportador en el que nos movemos.

Es momento de entender que si bien la pobreza per sé no determina la violencia política, las crisis económicas y sus consecuencias sociales las exacerban, tornándolas impredecibles, razón por la que hay que dejar sin discurso al subversivo y desmotivar la violencia, desarticulando la pobreza, la exclusión y el racismo allí donde esté presente, revirtiendo el abandono del hombre del ande y la provincia, promoviendo una cultura progresista homologada que aluda una sociedad peruana unitaria e integrada, generando empleo digno y desarrollando un modelo de economía que respete la inventiva, otorgue oportunidades y promueva el emprendimiento popular que significa acercar el Estado a la gente para lograr niveles de desarrollo social por lo menos aceptables ya que irónicamente, aunque logremos de momento recuperar la paz ejerciendo violencia, el costo de víctimas  seguirá creciendo, debiendo entenderse que se necesita más que opinólogos sin oficio conocido que promueven medidas paliativas y discursos distractivos promocionando un diálogo nacional cuya agenda social es inaplicable, porque pretende edificar sobre una mesa sin patas y llena de muertos, la paz.

La solución está en todos

Si no se acortan de manera urgente las dramáticas brechas económicas y sociales que distancian a los peruanos, entonces esta será una nueva oportunidad pérdida. Sendero Luminoso ya no existe como organización, es hoy un fantasma irredento, un espectro que de desdobla y deambula pretendiendo tomar el alma de los desesperados, de otros, para convertir en realidad su propia reencarnación a través de nuevas denominaciones en esta nueva etapa de su prolongada lucha armada, tratando de trasladarse al campo de la lucha política formal, copando dirigencias entre los maestros y unos pocos sindicatos por ahora, pero coincidiendo con el fascismo en la tarea desestabilizadora de socavar los cimientos de la sociedad democrática que tanto costó refundar.

El marxismo leninismo maoísmo es el marco teórico al que nos volvemos a enfrentar en esta nueva modalidad de «guerra popular» que nos plantea una confrontación política mucho más abierta y al mismo tiempo desembozada, es decir, un escenario que aterra a la derecha que se esconde pidiendo -ahora si- auxilio a las fuerzas políticas que tanto atacó y fue desarticulando para desgracia de la democracia.

Para que la sociedad logre superar esta realidad de violencia, se debe actuar unitariamente, venciéndola de raíz y combatido en todos los planos, el  ideológico, el político, el sindical, el social, policial y militar quitándole todos los argumentos que usa el discurso terrorista para validar sus objetivos bajo el principio rector: Un pueblo que no aprende de sus errores, está condenado a repetirlos.

GIGANTE Y TRIUNFADOR TE RECUERDO RODRIGO FRANCO

Tributo a la entrega valerosa a una causa de justicia…

Te recuerdo hermano, en medio de preocupaciones universitarias, inquieto, inteligente y trabajador.

Te recuerdo joven, combativo, aprista y compañero, firme en tiempos en los que se daba todo y nada se pedía.

Te recuerdo en sueños e ideales compartidos, en la fraternidad que nos une siempre y en la alegría de servir al que menos tiene tal como nos enseñó aquel al que llamábamos gigante, Haya de la Torre, nuestro maestro.

Te recuerdo leal, comprometido y entusiasmado por hacer cosas, por rendirle tributo con tu actuar, a quienes cayeron antes, a los tuyos y a las familias que lo dejaron todo por seguir la causa del aprismo y construir un país inclusivo, para todos, con justicia social.

Te recuerdo en la condena a la mano siniestra que quiso tocarte y no pudo. Porque no pudieron contra ti, ni contra tu aprismo, porque el terror no te venció, ni aniquilaron nuestros ideales, ni nuestros sueños. No pudieron contra tu partido, ni contra tu país, ni contra esa nación a la que servías con entrega, decencia y al que defendiste poniendo tu pecho aprista, ese inmenso bloque de amor que se interpuso entre el terror artero y el futuro promisor por el que te esforzabas tanto.

Te recuerdo vencedor, más allá incluso del dolor de tu partida y del tiempo transcurrido… como si hoy nos repitieras: “hay mandatos superiores que cumplir, más allá incluso del temor”.

Te recuerdo en tu gigantesca presencia que fue y es fortaleza y ante la que me inclino reverente, agolpándose en mi mente el cúmulo de recuerdos que cincelaste en nuestras jóvenes llenas de amor por lo nuestro.

Te recuerdo en tu martirologio Rodrigo,  dándole valor al ejemplo de tu vida  y señalando como ejemplo  el camino que tomaste para afirmar tu aprismo sacrosanto, rumbo  a la sociedad de Pan con Libertad, que es luz y sigue siendo guía.

22 enero 2023.

JUVENTUD APRISTA Los invencibles montoneros de Haya de la Torre

El aprismo es una obra de juventud y, por tanto, el surgimiento de la Federación Aprista Juvenil, fue consecuencia natural del accionar de un partido de jóvenes que nació con paradigmas, mártires y una larga lista de valientes combatientes que lo entregaron todo, por la transformación social.

JUVENTUD APRISTA Los invencibles montoneros de Haya de la Torre (extracto del libro del mismo nombre y autor 2023)

JUVENTUD APRISTA – Los invencibles montoneros de Haya de la Torre

El aprismo es una obra de juventud y, por tanto, el surgimiento de la Federación Aprista Juvenil fue consecuencia natural del accionar de un partido de jóvenes que nació con paradigmas, mártires y una larga lista de valientes a quienes seguir.
La Vanguardia Aprista Juvenil, fue el nombre espontáneo con el que los jóvenes se reconocían, pero que, con el tiempo, tomó cuerpo institucional y fue reconocido como un estamento predecesor de la Federación Aprista Juvenil (FAJ), hoy Juventud Aprista Peruana (JAP), fundada el 7 de enero de 1934.

Para leer el extracto  abrir el link: JUVENTUD APRISTA PERUANA

RAMIRO PRIALÉ: Una vida que reivindica la honestidad política


 

 

En la incontrastable ciudad de Huancayo, llamado así por la valentía, el espíritu rebelde y la vocación libertaria de su pueblo durante la guerra por la independencia, el 6 de enero del año 1904, justo en las fiestas cristianas de “Bajada de Reyes” y en medio de una familia pujante que con la ocasión vivió intensamente el valor de la natividad, nació Ramiro Abelardo Prialé Prialé, el más insigne de los líderes del aprismo, el más aplicado discípulo de Victor Raul Haya de la Torre y el responsable de la organización y supervivencia del gran Partido del Pueblo, próximo a  cumplir una centuría al lado de los que menos tienen.

En un país teóricamente emancipado, pero en el que se mantienen modos cortesanos y un banal espíritu virreinal, las oprobiosas exclusiones, las promesas incumplidas y los proyectos inconclusos habían sido una constante vergonzosa y, justo lo que faltaba para que fuera real el fatalismo que nos condenaba al subdesarrollo conveniente para las oligarquías que detentando el poder, preferían un país que excluía hermanos en función de su origen y la raza y, en el que los privilegios eran el pan de cada día que exacerba las diferencias y propiciaba que la corrupción mantenga el gobierno, desatando una grosera y pervertida sucesión de regímenes conservadores que dirigió  una élite de impresentables facinerosos.

Así miró y así sintió la historia de la nación el profesor Ramiro Prialé, quien vivió el Perú como una dramática consecución de dramas donde la opresión, el oscurantismo y la falta de conciencia destruyeron los valores y paradigmas de nuestra más cara nacionalidad, ninguneando, de paso, el sentido trascendente del amor a la patria con el que pretendía participar de la construcción de su propio destino, forjando sus organizaciones y conquistando cambios en la economía y la política, siempre bajo la noble aspiración progresista de la Justicia Social y la  revolución social democrática que acabaría con la explotación.

En medio de toda esa trama visibilizada y hecho programa por Victor Raul Haya de la Torre desde inicios del siglo xx, generaciones brillantes se alzaron, aportando en todos los campos del pensamiento y la acción, una idea de la adhesión y el compromiso que los distinguió. Destinado a convertirse en una de esas extraordinarias personalidades surgidas desde la entraña misma de los Andes, pronto el entusiasmo de Ramiro Prialé calzó con el nacionalismo antiimperialista, levantando su voz desde la provincia contra el patrioterismo insulso que había conducido al país hacia la confrontación por fronteras levantadas con armas, muertes y dinero de hermanos a los que se condenó al fraccionamiento, contestando el chauvisnismo, con la exigencia de una transformación del hombre y la sociedad, tarea a la que le dedicó sus mayores esfuerzos desde entonces.

Dueño de una sencillez que se hacía notar, mantuvo el legado de los guerreros huancas y se impuso en medio de la sociedad huancaína de formas oligarca, rechazando enérgicamente  con la enorme sólidez de su honradez y liderazgo, la explotación de la labor en el campo y la mina,  razón por la que desde muy joven se puso, sin condiciones, al lado de los ideales superiores de la justica y al servicio de ideales superiores.

Hombre libre y de buenas costumbres, mostró talante y un talento personal con el que hizo política, evidenciando una vocación que constituye una real obra de amor por el Perú, los logros de un esfuerzo tangible en el que la solidaridad y las fuertes convicciones democráticas se entrelazaban con una honestidad acrisolada que contribuyó de manera decisiva, a romper con el pasado vergonzante y perennizar propuestas de diálogo que marcaron un estilo de romper con el odeio insano en la política y acercar posiciones entre adeptos y oponentes, incluso, en las horas más aciagas de la persecución, en la soledad de la clandestinidad y hasta en la cárcel, donde, cual predicador del advenimiento de la buena nueva, anunciaba vehementemente, sin descanso y a viva voz, la esperanza aprista de mejores tiempos con paz y justicia social.

Don Ramiro, se inscribió en el Partido Aprista en 1930, años despues de haber llegado a la política, para no apartarse nunca más de su organización junto a una enorme legión de jóvenes dispuestos a cambiar la pesada carga de traiciones y miserias de la que está llena nuestra historia oficial.

Superó con mucho esfuerzo su propia condición de hijo del pueblo y provinciano, imponiéndose los objetivos de luchar contra la pobreza y la exclusión durante toda su vida, convirtiéndose, como militante o dirigente del aprismo, en un pilar en la defensa del respeto y las formas de la convivencia ciudadana, debido a todos los esfuerzos que realizó para que la comunicación en la política se mantuviera a pesar de la coyuntura o, incluso, de marcadas diferencias ideológicas.

Gracias a él, la idea del Diálogo Nacional, se abrió paso junto a las nociones modernas del Proyecto país y, al Programa Perú, sobre los que formuló exhortaciones por las libertades, al punto que hay períodos de nuestra historia, donde la democracia le debe a este genio de la fraternidad, la posibilidad de existir. 

Don Ramiro, que es como le gustaba que lo llamaran, fue cruelmente perseguido debido a su militancia aprista y encarcelado catorce años largos y penosos años acusado de defender las libertades. Paghó con el destierro su lealtad a ideas y principios cuyo costo se vería reflejada en la penosa e irreversible situación a la que los gobiernos que lo perseguían condenaron sin piedad a su familia, una circunstancia que, sin embargo, jamás le arrancó una expresión de rencor o voluntad de venganza, deponiendo por el contrario, sentimientos personales para privilegiar el interés de la patria y su partido, un ejercicio de amor y compromiso que en varias oportunidades, lo terminó enfentando a la ingrata experiencia de tener que acercarse a sus propios verdugos o dialogar con quienes muy poco tiempo atrás, irónicamente habían ordenado, literalmente, su asesinato.

En el plano personal, este legendario líder aprista desarrolló una peculiar forma de relacionarse con los compañeros y compatriotas que llegaban a él con algun requerimiento. Los recibía con entrañable afecto, a todos, y era habitual verlo en los actos de los  sectores partidarios, sindicatos, organizaciones sociales y grupos sociales -aún los más pequeños y distantes- escuchando con real interés, todas y cada una de las preocupaciones cotidianas en el lugar que fuera abordado y con quien quiera que le alcanzara una mano solicitando su atención.

Durante su larga y fecunda vida, con cargo público o sin él, conociendo o no a las personas, se dio un tiempo para visitar con gesto afable, los hogares de sus compañeros, sus centros de trabajo  y, a innumerables ciudadanos donde quiera que estos se pudieran encontrar, alentando a los familiares de los presos, enfermos o deudos, llamándolos a mantener la fe en la causa que los unía y, a la que sopstenía, debían servír con real devoción.

Contribuyó anónimamente en cuanto le era requerido por propios y extraños, permitiendo a los angustiados que lo buscaban, sobrellevar sus problemas y resolverlos con la máxima diligencia posible. Llegaba de improviso a las celebraciones de cumpleaños, bautizos o, simplemente, para acompañar a la familia de un número impreciso de fallecidos a los que despidió personalmente. Por su don de gente, Haya de la Torre depositó toda su confianza en él, encargándole en los momentos más difíciles, dirigir su partido, contribuir personalmente a organizar las juventudes apristas que el coordinó el 7 de enero de 1934 y, a los Chicos Apristas Peruanos (CHAP), tarea en la que se comprometió desde 1950 en su condición de aprista y profesor cuya bandera y emblema siempre fue la defensa de la gratuidad de la enseñanza.

Artífice del acercamiento de fuerzas políticas para preservar las libertades e instituir la democracia, hay quienes lo señalan como poseedor de un poder real que sin embargo, parecía  contrastar con la sencillez de una personalidad prístina y una vida austera casi monacal.

El gran organizador político, el impulsor proactivo de inquietudes ciudadanas, el viváz y honestísimo dirigente, el varias veces parlamentario culto, y el hábil y eficiente presidente del senado, supo imponer el mejor de los estilos -que sostenía-, provenía de su Partido Escuela, el APRA, un estilo que complementaba con la palabra reflexiva y el sereno ofrecimiento cumplido, preservado, además, con el gesto viril de un exigente maestro que gustaba predicar, enseñando con el propio ejemplo de su vida.

Los rasgos duros de su rostro andino, contrastaban con su mirada tierna y el gesto fraterno de sus manos al abrazar, literalmente, a todos. El poeta Alberto Valencia lo describe con la genialidad del artista: “hijo legítimo del pueblo, formador desde el aula o en el poder, líder de una falange de jóvenes superiores -moral y espiritualmente- que hicieron del aprismo, una legión de hombres dignos, que, con el ejemplo de sus vidas, señalaron la ruta del rescate moral de la patria indoamericana”.

La dramática crisis moral que sobrevino en el país estos tiempos, compromete su legado y nos lo devuelve vivo y presente en su lucha sin cuartel contra el aprovechamiento del poder. Hombre con una conducta pública y privada intachable, su recuerdo se levanta sobre la miseria moral para reclamar cambios urgentes antes que el robo y la corrupción se conviertan –falsamente- en una constante de inevitable normalidad.

Ramiro Prialé me distinguió con gestos de una fraternidad superlativa y aprendí mucho de su enorme capacidad reflexiva, de su sencillez y su disciplina personal. En buen tono siempre, pero con gestos de severidad, no dejó de pedir que reconociéramos valores en el aprismo difundiéndolos sin cansancio. Siempre me sorprendió verlo responder con una sonrisa todos los cuestionamientos y hasta los insultos que recibía. En la franciscana reserva de su hogar, ubicado en la calle Luzuriaga del distrito limeño de Jesus María, nos recibía al culminar las jornadas de labores partidarias y es allí donde lo escuché, grande y genial hasta que las madrugadas nos asaltaban en medio de anécdotas, preocupaciones y los sueños entusiastas de un veterano que, a diferencia de otros, mantuvo hasta el último aliento un proverbial espíritu guerrero y un aprismo activo, futurista y joven.

El 25 de febrero del año 1988 se nos fue el cuerpo físico de este gigante del pensamiento y la obra aprista, dejando un legado de amor por el Perú y el aporte más significativo a la obra de Haya de la Torre, su ejecutoria moral intachable. Si bien hoy, muchos jóvenes no lo identifican porque la historia oficial prefiere mantener en sus páginas a personajes que compraron un sitio en los libros con dinero y poder, don Ramiro mantiene un espacio de gloria en el Olimpo de los nobles hijos del pueblo y en la memoria de sus compañeros y paisanos que lo recuerdan imperecedero, cuya figura se cimentó en la pulcritud y en la sencillez de una personalidad discreta y una conducta ejemplar que fueron parte de su actividad personal que no hacía distingos entre lo privado y lo público.

Se entregó a la política y, a ella, le entregó todo, aspirando darnos un país de oportunidades que, como lo hacen los grandes maestros, legó una invalorable lección de honestidad que bien valdría la pena recordar y enseñar en estos tiempos de absolutas carencias espirituales y total orfandad moral.

PEDRO CASTILLO Y EL EPÍLOGO DE UNA FARSA

Probablemente no haya nada más racista y clasista que la manera como la izquierda comunista y los promotores del gobierno de Perú Libre trataron a Pedro Castillo Terrones, un personaje al que consideraron no sólo como un limitado dirigente gremial, sino, como influenciable y suficientemente torpe como para ponerlo a la cabeza de una organización criminal que desde Palacio de gobierno podría robar sin control dineros del Estado, pero al que manera entusiasta se sumaría el cogollo coterráneo y familiar que superaría largamente el record criminal que habían logrado en el poder los paisanos y sobrinísimos del corrupto ex presidente Alejandro Toledo.

Manipulado hasta reducirlo a personaje de tira cómica, Pedro Castillo fue incapaz de reconocer sus propias limitaciones, circunstancia que lo involucró en el mundo perverso de un comunismo criminal que trató de poner en jaque sin éxito a la democracia, aunque no queda claro porqué Castillo cedió a todas las exigencias de poder que recibió, ni con quien decidió dar el paso final en esta aventura torpe de errores reeditados que no calzan con la desesperación, orientándonos en cambio hacia el error de cálculo que le terminó pasando una costosa e impagable factura.

A estas alturas y desde la absoluta soledad en la que se encuentra, es más sencillo reconocer al verdadero personaje que se esconde tras el sombrero de rondero de Pedro Castillo para saber de qué y de quien estamos hablando. Este es el mismo dirigente magisterial que en medio de una manifestación gremial obedeciendo al grito “tírate al suelo “, se dejó caer con la facilidad de un paquete, con el objetivo de sorprender a la gente y conseguir publicidad, de la misma forma como, dócil y temblorosamente el “prosor” parecía obedecer la orden de un inescrutable golpe de Estado en el que, curiosa y contradictoriamente todo parecía irse al tacho.

Ahonda en las mismas dudas, la conducta de sus ministros y por qué lo terminaron abandonando, tal vez creyendo que de esa manera evitarían las responsabilidades y sanciones por una intentona por la que Castillo Terrones decidió marchar al inexorable cadalso que se ganan los dictadores.

Que Aníbal Torres siga a su lado, tampoco sorprende. Sanisidrino de complejos no resueltos, la cómoda posición económica y su edad no han sido impedimento para quebrar su biografía y borrar de un plumazo auspiciosos antecedentes profesionales. Lo cierto es que hay nombres que no deberían pasar y quedar impunes en medio de esta hilarante historia de movidas dizque políticas, cuyo tramo final nos muestra un escenario que no es el ideal, pero es lo que hay.

Empieza un nuevo capítulo del mismo cuento y queda frenar el ánimo revanchista de los caviares que vuelven a escena para repetir su historia de acomodo, pero con sangre en el ojo. Será una nueva y compleja tarea el evitar que retornen las millonarias consultorías y ese modo de vida que les es tan afecto a estos radicales de papel que pretenden soplarle al oído a Dina Boluarte con el alto riesgo de repetir el escabroso camino de Toledo, Humala, Kuczynski, Sagasti y el propio Castillo, galería de corruptos a quienes los caviares promocionaron antes.

Mirar el bosque y no el árbol es un buen comienzo para lograr un clima de consensos y dialogo con el que nunca más, a nadie, debería ocurrírsele pretender restringir las libertades y cercar la democracia de la misma forma como el relevo presidencial debería ser entendido como el fin de un capítulo de penosos y graves desaciertos que, de intentar repetirse, tendrá el mismo destino fatal del período que acaba de terminar. Palabra de Maestro.