Este es mi testimonio personal. Acabo de retornar de celebrar la Fiesta Popular de la Fraternidad frente a la Casa del Pueblo, en Alfonso Ugarte, la vieja avenida de los pañuelos blancos que nuevamente ha sido testigo de la alegría desbordante de un pueblo capaz de “ser uno solo” en el ideal de un país mejor y recordando su valía. Hoy, como en las celebraciones a las que asistí desde mí ya lejana juventud, en cada momento, a cada paso de los escalones que marcharon disciplinadamente desde la plaza San Martin y con la misma convicción con la que los jóvenes marchan por el mismo ideal que hace muchas décadas marcó mi vida, apareció en medio del apretado haz de voluntades, el recuerdo emocionado de mis padres, maestros y la figura enorme de Victor Raúl, tal como lo conocí, sonriendo y dispuesto a escuchar y enseñar de la misma manera como los grandes filósofos o pensadores lo hicieron. Su vida, entregada a la causa de los más pobres, ha sido, sin duda, una señal y cada cartelón, cada escalón y en cada grito emocionado del que las calles de Lima hoy han sido testigos, nos recuerda el grito hecho sentencia popular: “El APRA nunca muere”.
Entre el 22 de febrero de 1895 y el 02 de agosto de 1979 una vida surcó la historia de los pobres y escribió una noble biografía Indoamericana. Victor Raul Haya de la Torre supo ser un hombre Libre y de Buenas Costumbres, dueño de una personalidad avasalladora que, irónicamente, hacía gala de un desprendimiento alucinante y de una capacidad superlativa que respaldaba sus ideas en el ejercicio de una ciudadanía ejemplar a la que cada 22 de febrero, en clandestinidad o legalidad parcial, el pueblo rendía tributo a través de la Fiesta Popular de la Fraternidad que Manuel Seoane convirtió en celebración popular desde el año 1946, pero que en realidad, desde el año 1921, los estudiantes y obreros ya celebraban.
Víctima de la incomprensión, las dictaduras y perseguido por tiranos de todo pelaje, jamás una palabra de rencor deslució sus ideales de justicia en el marco de esa manera de entender y amar intensamente al Perú, sembrando en el recuerdo de la Nación, capítulos de desprendimiento y entrega que, al enterrar su cuerpo inerte, se fundió con su indomable espíritu guerrero que, como en la afirmación de la biblia, se puede reconocer allí donde encontramos la libertad.
Todas las versiones de la vida de este gran patriota nacionalista, coinciden en su valoración moral, por eso, su invocación genera respeto y justo reconocimiento incluso, en medio de una crisis tan dramática como la que vive la política en general y los partidos en particular. Por eso nos hace mucha falta su palabra y la sabiduría de su actuar siempre en consonancia con los principios que asumió hasta el último día de su vida, momento desde el cual se convirtió en paradigma.
Esta fiesta de La Fraternidad fue en honor al Maestro, a quien recuerdo con emoción y lealtad y quien yace en tierras de la región La Libertad, en una tumba sobre cuya superficie, una enorme roca se proyecta al infinito evocando la frase “aquí yace la luz”, expresión que grafica a quien pudo ser sólo él, pero prefirió vivir entre los pobres y ser millones.