PANDEMIA Y DESBORDE CIUDADANO

 

Diversas formas de violencia se han desatado en varios países del mundo bajo expresiones contra el racismo, el hartazgo frente al prolongado confinamiento, falta de alimento, la quema de cadáveres en la vía pública o, la “desobediencia” ciudadana brutalmente reprimida en Lima contra comerciantes informales a quienes les robaron las pocas mercaderías que tenían y comercializaban en las calles, desesperados  buscando proveer alimento a sus hogares.

         La peligrosa evidencia de un desborde social en curso, no ha merecido una respuesta apropiada por parte del gobierno que prefiere continuar con sus “consejos de mediodía”, tratando de hacer con poco talento, malabarismo político sin comprender cabalmente que el Covid-19 puede terminar llevándoselo de encuentro si el ejercicio gubernamental sigue entre la impericia, la improvisación y la incapacidad a la que suma una manta de impunidad sobre corruptelas alentadas por el estadio de emergencia que “aligera” los procedimiento y permite compras en el Estado efectuadas sin mayor rigurosidad.

       La pandemia, sin vacuna a la vista, lo que requiere es una dosis promedio de conocimiento, sentido común, un tanto de solidaridad, pero harta humanidad, elementos que nos llevan hacia tres requisitos para defenderse del coronavirus: el aislamiento social con uso correcto de mascarilla de manera permanente y donde corresponda, guantes; provisión de medicina especializada, sobre todo para las personas vulnerables y, OXIGENO, si, oxigeno que puede evitar que la gente marche indefensa hacia la muerte, abandonados a su suerte, desesperando a las familias y cargando una pesada cruz de temor y resignación que el Estado lamenta, pero sobre la que no ha hecho absolutamente nada.

Tal parece que los países pagan la irresponsabilidad por mandatarios sin visión, ni capacidad, evidenciada en circunstancias increíbles como el hacer como que no se ve, lo que es evidente, pero, al mismo tiempo, saca lo mejor de la gente compartiendo –cuánto más pobre se es-, lo poco que se reúne, para que el entorno pueda comer en esas extraordinarias réplicas de la solidaridad en la lucha obrera en la que, humeantes ollas comunes, son un tributo salvador por la vida.

Varios meses de cuarentena, ha ido golpeando de abajo hacia arriba, sustrayendo los pocos ahorros o “bienes vendibles”, sumiendo a la gente en una cadena de deudas sin ninguna expectativa de ingresos a corto plazo a los que sumó esa suspensión de labores que ha lanzado perfectamente a la calle a más de un millón y medio de trabajadores, quienes, sin alimentos, servicios de salud, ni educación, son espectadores de cómo el oxígeno, que debió haber sido declarado en emergencia y su uso de necesidad pública para salvar vidas ha promovido un negocio amoral  y en el caso de la educación, se ha convertido en una puesta en escena de guiones sin rigor pedagógico en el que actrices, hacen de profesoras on-line.

Un grosero “sálvese quien pueda” parece ser el colofón de la historia de un desastre en el que el gobierno prefiere no darse cuenta que la realidad de confinamiento prolongado, sin salarios, alimentos, atención sanitaria, medicinas, ni apoyo tiene el límite de esa perturbación ciudadana cuyo dilema resulta irónico: morir por el covid-19, o morir de hambre. Si no se entiende esto, de nada servirán los soldaditos en las calles frente a la respuesta de la gente. Contra el hambre, entiéndalo antes que sea demasiado tarde, no hay fuerza que pueda, menos, en esa “meseta” que va cuesta arriba y que resulta brutalmente dramática, mientras el gobierno pareciera estar más preocupado por el gasto de las reservas y el endeudamiento por miles de millones de dólares que está produciendo nuevos millonarios.

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