Ernesto Catellano Christy es un talentoso y muy bien informado político uruguayo cuya identidad integracionista e indoamericana lo ubica entre quienes, amando entrañablemente la tierra que los vió nacer, estudian y siguen de cerca los avatares de la política regional con mirada crítica, pero al mismo tiempo, con prospectiva progresista. Siempre me ha sorprendido su conocimiento de la historia del aprismo, de Haya de la Torre y, naturalmente, de Alan Garcia, cuyas impresiones agolpadas en medio de la crisis de la muerte del líder aprista, me sirven mucho en la valoración internacionalista del liderazgo del ex presidente peruano, siendo que además, su legítima preocupación por los hechos vinculados al asilo solicitado por Alan el año 2017, me sirven porque ponen énfasis en los detalles y circunstancias que terminaron colocando a un incoente, en las manos de su verdugo. Ernesto es amigo nuestro y quien me alcanzó la fotografía de Haya de la Torre el año 1922 en el Salon de Actos de la Facultad de medicina en Montevideo que aparece en el presente artículo, por lo que su mención es pertinente. |
El asilo
Es sin duda, una de las más importantes garantías con una sólida tradición desde el siglo XIX para Indoamérica, convertido desde el Tratado de Derecho Penal Internacional de Montevideo de 1889 como el primer instrumento convencional que consagra su inviolabilidad para los perseguidos políticos, reiterado en la Convención de La Habana de 1928, la Convención sobre Asilo Político de Montevideo en 1933, el Tratado sobre Asilo y Refugio Político en Montevideo de 1939, el Tratado de Derecho Penal Internacional en Montevideo de 1940, la Convención sobre Asilo Territorial en Caracas de 1954 y, en la Convención sobre Asilo Diplomático en Caracas de 1954 sobre cuyos mandatos, diversas personalidades, políticos y pensadores lograron preservar la vida de perseguidos, convirtiendo esta herramienta del Derecho Internacional, en un referente insobornable para países con larga y sólida tradición democrática.
El Aprismo como expresión vigorosa de un pueblo
El APRA, próxima a cumplir la centuria, forma sus militantes en los valores de la integración del Pueblo-Continente Indoamericano y por ello, reconoce como propios, a cada uno de los hombres libres que luchan por el desarrollo, el bien común y defienden las libertades de nuestros países. El llamado exilio aprista, es un hito en la historia de este partido perseguido por más medio siglo y cuyá diáspora de miles de miles de hombres y mujeres, creó células de desterrados acogidos con fraternidad en cada país, mientras en Perú, la suerte de su principal lider y fundador, Victor Raul Haya de la Torre fue impregnada de crueldad por el gobierno de entonces hasta que finalmente fue encarcelado y ante la protesta mundial en defensa de su vida, fue también deportado.
En el año 1922 llegó a Montevideo y aun cuando no está plenamente explorada esta parte de la historia de la vida de Haya de la Torre, aquella experiencia resultó motivadora e identificó claramente ideales integracionjistas tal y como se desprende de su discurso ante las juventudes en el Salón de Actos de la Facultad de Medicina de Montevideo el…………… donde aludió «la fraternidad y combatividad que une a las juventudes de nuestros países».
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30 años después, nuevamente, cuando Batlle abría Uruguay a las ideas del Estado de Bienestar, tuvo un nuevo gesto que el mundo democrático no olvida. Habiéndosele negado la nacionalidad peruana al fundador del aprismo en su propio país y, tras vencer en la causa ventilada ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, Uruguay volvió a honrar su tradición democrática y humanista, extendiéndole un pasaporte que permitió que el perseguido, entonces también acusado de delitos comunes inexistentes, como ahora en el caso de García, pudiera marchar al exilio el 7 de abril de 1954, protegido como repetía hasta el cansancio, “por el sol, el color blanco de la gloria, la alegría, el perdón, la inocencia y el amor cincelado en la noble significación de la bandera uruguaya a la que sentimos también nuestra”.
La leyenda vive…
Alan Garcia fue un político de larga data. Hijo de apristas, militante y líder de su partido. Jugó un rol protagónico en la política local e internacional por lo menos los últimos treinticinco años, amén de los diez años que corresponden a períodos de gestión gubernamental. Su firme oposición democrática contra el gobierno lo colocaba en el centro de la atención pública, donde sus opiniones marcaban la agenda política.
En Perú, algunos grupos oligárquicos no olvidaban las expresiones revolucionarias del aprismo fundado en 1924, ni, las decisiones democráticas gubernamentales que en algún momento tomó Garcia y que afectaron intereses específicos de grupos económicos que le declararon la guerra, razón por la que fue perseguido durante más de tres décadas, con denuncias de todo tipo, sin que jamás se presentara ninguna prueba que siquiera sugiriera, la comisión de actos contra la ley producidos por el ex presidente, quien, al momento dramático de su fallecimiento, no tenía ningún proceso que lo juzgara por delito alguno.
Esto nos coloca en el momento exacto de la solicitud de asilo formulado por García, de la confirmación del embajador, de su refugio y, luego, de cómo las innombrables influencias y maniobras de los enemigos aquí y en Montevideo, perpetraron la vulneración de sus derechos fundamentales, con la protesta de voces dignas que alertaron las maniobras pese lo cual, el gobierno de Tabaré Vázquez finalmente cediera, con las consecuencias terribles de las que el mundo fue mudo testigo.
Es altamente probable que estas consideraciones, y el prestigio ganado por Uruguay en defensa de la institución del asilo, fueran las razones por las que Alan García buscó y encontró la protección inicial en su sede diplomática en Lima, en tanto, lo que pasó después, es un drama del que el noble pueblo uruguayo no tiene ninguna responsabilidad, aun cuando su gobierno sí, y eso, aún duele, sobre todo porque se sigue cuestionando cada vez más, la posición zigzagueante del Gobierno de Tabaré Vázquez -quien negó el asilo sin justificaciones amparadas por el derecho y cumpliendo consignas que pusieron a un inocente en manos de sus verdugos. Los juegos politiqueros impropios que secundaron antidemocráticamente la cruel e injusta desición, le dió un triunfo efímero al sicariato político que lo perseguía, poniendo al mismo tiempo en evidencia, el grado de manipulación de los operadores de justicia en Perú y, de paso, la actitud de algunos políticos uruguayos que, de un sólo golpe, derribaron su vieja tradición humanista y legal de defensa de los DD.HH.
Ni antes, ni ahora, nadie, absolutamente nadie, ha podido probar ningunas de las infamias lanzadas contra el ex presidente peruano, sin embargo, le negaron irresponsablemente la protección que solicitaba. Sin embargo, los gestos altruistas de 1922 y 1954 están allí, vivos, impregnados en nuestras mentes y corazones, signando un mandato de solidaridad imperecedero que está por encima de la infamia de la izquierda parásita peruana huérfana de todo respaldo popular y algunos políticos uruguayos que ojalá, nunca pasen por el trance de enfrentar a un dictador, aunque esté disfrazado de demócrata.
Alan Garcia fue un hombre libre, culto, un estadista y un buen gobernante. Inocente y digno, impidió el escarnio que se pretendía con su detención arbitraria y, si algún delito cometió, fue el de enfrentar los rezagos de una oligarquía empeñada en usufructuar del poder, aunque millones de peruanos sucumban en la más absoluta pobreza. Gobernante responsable en el manejo de la cosa pública, fue un extraordinario gestor de obras de honda sensibilidad social, por eso, su nombre y recuerdo, a la luz de la verdad histórica, será reivindicado y la muerte de este líder bueno, será el peso que soporten las espaldas de quienes, aquí y allá, se aliaron en aquella perversa persecución llena de odio en su contra, que no quedará impune ante el juez justo de la historia que lo reivindicará.
El viejo “árbol de Artigas» que Haya de la Torre sembró en honor al Uruguay en nuestra Casa del Pueblo, fue siempre un símbolo para varias generaciones apristas y hoy, sigue siendo el emblema que mantiene viva nuestra alianza con el noble pueblo uruguayo que sabe, que más temprano que tarde, la gran patria indoamericana será una realidad, afincándose en cada uno de los corazones de los hombres libres, ese mandato de hermandad que convierte sacrificios –como el de Alan García-, en semillas de gloria que florecerán. Solo un comentario final en torno a la desaparición física de Alan García, Sócrates tenía razón, “Las almas de todos los hombres son inmortales, pero las almas de los justos, son inmortales y divinas.