A propósito de izquierdosos y “Los miserables de la Prensa”
Al que le caiga el guante, que se lo chante Anónimo
La persistente invocación a la llamada izquierda parásita (IP), tiene un evidente componente crítico y es una clasificación que describe a quienes han hecho de la política -en los ámbitos de la izquierda comunista-, el ejercicio de un “modo de vida” en la que su origen, relación, conducta y privilegios, son características que se repiten también en los “niños bien” de la sociedad neoburguesa, sobre todo, limeña. Primos hermanos, cuyo actuar conjunto, explica el por qué sus objetivos coinciden y su actuar político es común y manipulado estos días desde la cúpula de una seudo prensa (propietarios y servidores) en la que en realidad, hay pocos periodistas y muchos defensores de intereses económicos.
Origen de clase
La IP está compuesta de hijos de ricos jugando a ser pobres, blanquitos que en su niñez jugaban en las bóvedas de los bancos que administraban sus padres socializando billetes del juego “monopolio” en una burda imitación de Robin Hood; mozalbetes con los pies sucios de tanto jugar en las haciendas de papá, “chicos bien” estudiando en costosas universidades donde, henchidos discursos, los hicieron sentirse “iluminados” en medio de relaciones que “les abrirían las puertas de la vida”.
Lucha contra el statu quo
Combatientes del cambio social, ayudan a invadir playas, pero toman sol en clubes exclusivos; colaboran con la adquisición de esteras para invadir terrenos de otros en los que, por cierto, nunca vivirán; se movilizan entre calles y plazas luchando contra el gobierno hambreador, aunque en las empresas familiares se paguen sueldos de miseria. Cuestionadores irredentos del atropello social en todos los guetos imaginables, menos en lo que afecte a la familia, son los más radicales y no ceden un milímetro al exigir “mejor trato” a las empleadas del hogar porque ellos, tratan ejemplarmente a sus “sirvientas o las nanas de sus hijos”. Estos chicos buenos, dejan ensuciar sus zapatillas de marca y usan sólo uno de las decenas de jeans que guardan, proponen socializar la vivienda, la educación, la salud y el transporte masivo porque sus herencias socializarán los predios que acumuló la familia por décadas, impulsarán la estatización de le educación porque sus hijos estudiarán en el extranjero, divagarán sobre políticas públicas ideales de atención de salud para los pobres mientras estos se mueren por falta de atención inmediata seguros que sus pólizas de salud privada están activas. Miran el transporte público, con la misma nostalgia con la que jugaban con las réplicas de autos y autobuses que les trían de Europa en cada navidad, sabiendo además que, por insistencia de mamá, se les asignará auto propio que usarán para proteger a la novia de la inseguridad ciudadana y, de paso, ponerlo al servicio de un activismo ferviente en la defensa de movimientos excluidos y, cuanto más excluidos, mejor, “porque es mucha la pena que les da la realidad”.
El status
Son muchachos de buen apellido, siempre preocupados en “componerlos adecuadamente” para que no se confunda el linaje, mantienen la membresía del club de los padres y nadan fastuosamente en “el Regatas”. “Juventud divino tesoro” les recuerdan los mayores al verlos tomar las calles (aunque sean 4) y hablar en nombre del pueblo (aunque sean 8) para usufructuar del poder pensando sólo en ellos (1).
Se creyeron a píe juntillas eso de ser “el futuro de la patria”, por eso esta juventud despreció todo y recitó “El Capital” de Carlos Marx sin haber producido plusvalía nunca. “Todo es culpa del sistema” gritan para abrir las puertas del liderazgo tras haberle cambiado el rostro a la revolución, de ilustrada, profunda, moral y trascendente a desalineada y llena de fraseología insoportable y complicidades insanas en donde la ética paso a ser algo prescindible. Son pues, idealistas de revoluciones radicales o verdes apapachados en la “Tiendecita Blanca” y constituyen el prototipo de pichones de oligarcas cuyos discursos les durará hasta que generen su propia empresa, ósea, una ONG, la organización de sus sueños que le permitirá vivir de las rentas que generen por defender la vida (la suya), proteger los animales (sus mascotas), reciclar materiales (sus vicios y mañas) o defender toda clase de idea (propias o extrañas) hasta que, mayorcitos, pasan a ser «bomberos» y se inician como «opinólogos» al servicio de mejores causas.
Que vivan estos disfuncionales de la diversidad que sólo exigen cambios radicales y rápidos, olvidando que sería bueno que esta (la diversidad) se produzca en todos los planos de la vida social, es decir, también entre ellos. ¿Se imaginan políticos, sociólogos, asistentas sociales, activistas, periodistas y opinólogos también de origen andino o con rasgos culturales distintos a ellos en provincias promocionados con el entusiasmo de las cámaras de TV y programas que se ven en todo el mundo? Simplemente, alucinante. Esa sería una justa diversidad que, además, con paridad y alternancia en los puestos que ocupan en las ONG´s, en las columnas de opinión o en las presentaciones en los principales medios de comunicación, rompería con los “privilegios de clase” en donde el color de la piel –en su mayoría-, determina el protagonismo permitiendo una real mirada transversal de nuestra dolida realidad.
Entretanto, sigamos gritando que esa es mi izquierda parásita, caviarona y mermelera, pero que unida, jamás será vencida.
Gráfico: El nuevo Orden (INT)