ALLENDE: Un hombre con nombre de salvador

Quisieron cubrir de infamia su memoria y los hechos fueron tergiversados para enseñar historias falsas. Tras el paso del juez justo del tiempo, queda claro que tuvo una vida agónica cuyo colofón fue un gesto heroico, un tributo a la dignidad, un paso definitivo a la inmortalidad.

Entre las sombras, la felonía trazaba el curso criminal de los acontecimientos que sobrevendrían a la noche del 10 de Setiembre de 1973 en Santiago de Chile porque quien pocas horas antes juraba lealtad al régimen constitucional, traicionaba la gloria institucional de su uniforme, manchando de sangre sus botones y convirtiendo al general Augusto Pinochet en el signo vil de la traición más abyecta.

Han pasado muchos años desde el 11 de setiembre de 1973 cuando derrocaron al gobierno democrático y constitucional de Salvador Allende, mientras la herida en la conciencia democrática aun nos duele porque nos recuerda la dramática diáspora chilena, los desaparecidos, la muerte de inocentes, el Estadio de Santiago ensangrentado y las canciones de protesta.

El hombre, militante de ideas de avanzada

Salvador Allende Gossens nació en Valparaíso el 26 de junio del año 1908 y fue un activo y disciplinado deportista que estudio medicina formándose en las tareas del quehacer social desde muy joven, cuando, en el taller de un sencillo zapatero anarquista, afirmó sus ideales que el socialismo y la masonería sellarían a lo largo de toda su vida. Su fraterno, permanente y activo contacto con la naciente izquierda democrática continental que lideró Víctor Raúl Haya de la Torre, le permitió desarrollar lazos de hermandad que se puso en evidencia cuando desde 1933 apoyó al exilio aprista en Chile donde -en comunión de ideales- participaron en la fundación del Partido Socialista adaptando y adoptando La Marsellesa, los pañuelos blancos de saludo y su bandera indoamericana.

Allende se mantuvo firme en ideales y sorteó los problemas derivados de su militancia cuándo se le prohibió ejercer la medicina, involucrándose en tareas sociales con periplos de visitas a los enfermos en barrios marginales. Su vida estuvo llena de hechos trascendentes. Fue elegido diputado por Valparaíso y Aconcagua, ocupó la cartera de ministro de Salubridad, Previsión y asistencia social del Presidente Pedro Aguirre y se casó en 1940 con Hortensia Bussi para, dos años después, en 1942, ser proclamado por las bases de su partido como Secretario General del Partido Socialista de Chile.

Senador en 1945, 1953, 1961 y 1966, fue presidente de dicha Cámara. Fue solidario con el aprismo tras el golpe de Estado militar en el Perú el año 1968 y un año después, en 1969 renovó una vez más su mandato senatorial. Si bien entre 1949 a 1963 presidió el Colegio Médico de Chile, fue candidato a la presidencia de la república en 1952, 1958 y 1964 respectivamente, hasta que el 4 de Septiembre de 1970, obtuvo la primera mayoría apoyado por la “Unidad Popular” una alianza que reunió a socialistas ortodoxos, los llamados cristianos marxistas y comunistas, logrando finalmente, tras un acuerdo con la Democracia Cristiana, ser elegido Presidente de la República, asumiendo el cargo, el 4 de Noviembre de 1970 momento en el que la historia latinoamericana daba un giro hacia el progresismo democrático, con una propuesta que se conoció como “la vía chilena al socialismo”.

Entre las primeras acciones de su gobierno, en el mes de diciembre del mismo año, nacionalizó las compañías del carbón, creando la Empresa Nacional del Carbón (Enacar) y el 11 de julio de 1971, en lo que se llamó el “Día de la Dignidad”, el Congreso Nacional aprobó por unanimidad la nacionalización de la Gran Minería del cobre, hasta hoy, en manos del Estado chileno.

La oposición de la clase alta contra Allende recrudeció una vieja polémica contra el socialismo y convirtió a la derecha e autora virulenta de todas las medidas de corte popular promovidas por el gobierno y que producían el respaldo de la población. Ese mismo sector dedicó todos sus esfuerzos a desestabilizar al gobierno socialista, innoble tarea a la que se sumó la centroderechista Democracia Cristiana. Allende resistió obteniendo nuevas victorias municipales en 1971 y parlamentarias en 1973 al vencer a la concertación conservadora en varios intentos de acusar constitucionalmente al presidente, instigando a los militares a participar en actos contra el primer mandatario, por lo que se dedicaron a generar especulación, acaparamiento y desorden en la economía.  

Lamentablemente, grupos comunistas de la Unidad Popular, se sumaron a la conspiración, promoviendo, irresponsablemente, medidas dictadas con carácter de emergencia contra determinadas empresas y tierras acompañadas de un activismo radicalizado e insulso, que generó rechazo en la población, y, paulatinamente, las condiciones objetivas para el golpe de Estado. A estas alturas, era imposible mantener un clima de paz y orden, en tanto la creciente fuerza de los trabajadores se convertía en una inexistente amenaza de dictadura sindical expresada en tomas de fábricas y minifundios por parte de quienes, por si mismos, se autoproclamaban “nuevos propietarios” cuando en realidad eran parte de un esquema izquierdoso, trasnochado, desordenado y pro-cubano. Los capitales entonces, fugaron, y, en retirada, el desorden tomó la nación.

La Unidad Popuolar, las derechas y sus privilegios

Una guerra entre el país conservador y Chile progresista colocó a Salvador Allende delante de los trabajadores y su pueblo. No había opción, eran ellos y un gobierno que los defendiera, o la capitulación que les devolvería el país a los ricos y sus intereses. Allende buscaba un país inclusivo, capaz de abrirse a los cambios y que le diera oportunidades a los que menos tenían. Los propietarios de comercios importantes se pusieron frente al gobierno de la Unidad Popular y ayudaron a mantener el boicot que generó escases y aumento del costo de vida. La inflación inició un ascenso galopante a la que se sumó la dramática huelga del transporte en el mes octubre de 1972 que remeció la solidez del gobierno.

Chile viviría a partir de aquel momento una crisis escalonada que provocó una economía de guerra, en tanto organizaciones terroristas de derecha como “patria y libertad”, sembraban el terror sumándose a la desestabilización del régimen. En estas circunstancias, el presidente Allende llamó a la unidad nacional y asistió a la Asamblea de las Naciones Unidas para denunciar la agresión de que era víctima su país. Fue ovacionado de pie por varios minutos por los diplomáticos tras ser enfático al denunciar que venía “…de un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida… La voluntad democrática de nuestro pueblo ha asumido el desafío de impulsar el proceso revolucionario dentro de los marcos del Estado de Derecho, altamente institucionalizado, que ha sido flexible a los cambios y que hoy está frente a la necesidad de ajustarse a la nueva realidad socioeconómica…”

Al 11 de setiembre de 1973, la presencia de los servicios de inteligencia norteamericana, la Operación Cóndor que respalda los golpes militares contra la democracia en la región y, la participación del conglomerado norteamericano ITT en el financiamiento de la irrupción constitucional estaba plenamente acreditado y el presidente ya había sido informado del revuelo conspirador de las fuerzas armadas en ciernes. Sendas reuniones entre los altos mandos militares acusaban el golpe contra la democracia que se hizo notar claramente, cuando la metralla puso fin al gobierno de la Unidad Popular, desatándose una ola criminal que tiñó de sangre y muerte las calles de Chile, precedido por un movimiento intenso en provincias y en la ciudad de Valparaíso que se convertiría -a partir de las seis de la mañana del mismo 11 de setiembre-, en testigo mudo de un tiempo de oprobio.

Solo el jefe de Carabineros llegó hasta el presidente para darle cuenta de los últimos acontecimientos cuando éste ya preparaba la resistencia. Desde palacio de La Moneda, planeando la defensa de su investidura y, en tanto la plaza venía siendo acordonada para aislarla de los barrios obreros y populares que la circundaban, las órdenes de la CIA que cumplirían los militares parecían ser irreversibles. Allende, con la mirada al frente siempre, estaba listo para la defensa que efectuaría de su gobierno y privilegió la necesidad de dar una lección al mundo. Invitó a que quienes permanecían en palacio se fueran para ponerse a resguardo. Nadie lo hizo.

Logró la salida de las mujeres y los niños, entre ellas sus dos hijas y luego, en medio del traqueteo producido por el ataque de los fusiles, se colocó un casco de guerra y, tomando una ametralladora en sus brazos, amenazó con viril actitud a quienes disparaban contra la democracia.

La Junta Militar dio un ultimátum a través de un manifiesto firmado por los comandantes de las Fuerzas Armadas y de Carabineros. Al vencerse, antes del mediodía, por aire y tierra, la sede del gobierno fue brutalmente atacada y sitiada, en tanto, dentro, algunos miembros de la Guardia de Palacio desertaban. El presidente no pronunció frase alguna de lamento, ni reproche a quienes lo dejaban. Con profunda convicción democrática, arma en mano, junto a un reducido puñado de hombres leales y leales, levantó la voz en defensa del mandato popular con el que llegó a palacio de gobierno.

La señal de Radio Magallanes trasmitía la última alocución en la que se escucharía a Salvador Allende. El país recibía un memorable mensaje de un hombre digno y leal en el que, sin parar, ni libreto, denunció la actitud cobarde de un grupo de militares que servían a intereses económicos extranjeros, exhortando a su pueblo a mantenerse alerta y vigilante en la defensa de los sagrados intereses de la patria,

La íntegra dignidad de un gran compañero

Nadie hubiera podido imaginar cómo, pese al inmenso cariño de la gente, Allende había sido traicionado. La CIA aparecía respaldando el plan conspirativo y le daba soporte al golpe militar, en tanto, para la KGB, Allende no era confíale por ser un demócrata químicamente puro. Lo que la historia ha registrado con pulcritud, es que Salvador Allende, en medio de una realidad mundial proclive al extremismo signado por la guerra fría, confrontado por la exacerbación de los operadores del comunismo extasiados por el modelo cubano, rechazó cualquier influencia extranjera y aunque terminó en medio del juego de poder y control de los ejes del poder mundial, actuó con la talla de un estadista defendiendo la soberanía de su país.

O Allende no era un hombre para aquel tiempo, o Chile no estaba preparado para un hombre de su dimensión. Soñó con un país para todos y bregó toda la vida para darle a los que menos tienen, la posibilidad de participar en la construcción del destino de su nación, por eso, rechazó el Plan de Fuga propuesta por los leales bajo la consigna: los hombres de fe, no se corren.

A la una y media de la tarde aproximadamente, cuando toda defensa era en vano por la superioridad numérica y bélica de los golpistas, en la Sala Independencia del Palacio de La Moneda, Salvador Allende se inmoló en defensa de la dignidad, la democracia y la voluntad popular. En su viaje al Oriente Eterno, no se llevó nada, porque todo nos lo legó, incluyendo “la certeza de que su sacrificio no sería en vano y que finalmente, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

La larga lista de muertos y desparecidos acompañaron los juicios contra el dictador y los socios del golpe. No hubo perdón para quienes mancillaron la dignidad de Chile tras dolorosos años de persecución, robo y crimen, en tanto se erige, vivo, altivo y victorioso Allende, un hombre con nombre de salvador, quien nos recordó justo antes de morir, que se abrirían nuevamente las anchas alamedas para ver pasar al nuevo hombre libre. Y asi ha sido.

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