ARÉVALO Y UNA CRUZ A LA VERA DEL CAMINO

Pasión y muerte de un líder proletario

Manuel Arévalo Cáceres nació un 15 de octubre del año 1903 y fue cruelmente asesinado por la espalda un 15 de febrero de 1937 tras una inagotable persecuión que derivó en su apresamiento y el cruel sufrimiento de torturas. Su muerte golpeó el centro vital del movimiento popular que consideró la vida de Arévalo como un ejemplo de valentía y entrega a ideales superiores. Este autodidacta, lider obrero y organizador de inquietudes fue el prototipo del nuevo hombre indoamericano que forjaría el APRA.

Una señal a la vera de la carretera

Desde los años 40 del siglo pasado, una enorme y singular cruz se levanta entre los pueblos de Huarmey y Pativilca, justo en una zona llamada “Cerro Colorado” ubicado a la vera de la carreta Panamericana. En la medida que uno se acerca a este monumento, ésta crece majestuosa e imponente y, a pesar de encontrarse en una zona literalmente inhóspita, los lugareños dan cuenta que mantiene un hálito acogedor y luz propia que proviene de su cielo despejado. Indistintamente, a cualquier hora del día o la noche, se detienen allí, vehículos cuyos viajeros -algunas familias completas- bajan presurosos abrazandose en señal de recogimiento tras sumergirse en cortos, pero solemnes rituales de fraternidad. NIños y mujeres colocan flores, mientras los hombres acercan pequeñas piedras sólidas que colocan con unción en el regazo de la cruz, produciendo una singular y estremecida ceremonia que nos habla de la importancia de lo que ocurrió allí,  de la vida misma, del futuro y su estrecha relación con la valía de un personaje maravilloso al que le rinden homenaje con el brazo izquierdo en alto los presentes, como si quisieran alcanzar con sus manos al nob le hijo del pueblo, al mártir inmortal que mora en el infinito.

No existe en el lugar más información que un nombre, el de Manuel Arevalo Cáceres y, aunque la mayor parte de los ocasionales visitantes ya han escuchado sobre él, siguen preguntándose porque obligaron a este luchador social a transitar por aquel Gólgota antes de ser asesinado. El lugar y el símbolo, son asociados al testimonio de un castigo que, como en la vieja tradición cristiana, refleja la dimensión del sacrificio que marcó un antes y un después en la lucha  por el fin de la opresión, el cambio social y la posibilidad de un futuro mejor para todos. 

Singularmente en sus cortos años de existencia, esta cruz ha sufrido los embates de los verdugos de Arévalo y sus cómplices por acción u omisión, pero sus muros siguen firmes en señal de la fuerza del respeto que inspira,  concurrente con las manifestaciones individuales o colectivas que se producen en el lugar y marcan el paso de los viajeros que, venidos de todo el país y del extranjero, enuentran este oasis de convicciones que señala el lugar donde se concentra el valor de la entrega  de una vida que sigue llamando a la unidad de la nación, pero para encontrar formas civilizadas de una nueva convivencia ciudadana que llame al fin de la explotación, las inequidades y los dramas de la desigualdad para dar paso a un nuevo modelo de sociedad que impondrá la justicia social de Pan con Libertad.

La historia de la Cruz de Arévalo, es la de la vida agónica de un hombre cuyo espíritu reposa justo en el lugar donde lo inhóspito pierde su letanía para acoger a grupos de jóvenes y hombres libres que reconocen el lugar como punto de encuentro cosmico y trascendental en la que su presencia adquiere dimensión de ritual por los tributos de sensible recogimiento que se producen. Con el tiempo se supo que la cruz erguida, firme y atemporal que observamos, fue en realidad, un segundo monumento. La primera cruz fue artesanal, con bases de barro y hecha de madera por manos proletarias en el último tramo de la llamada “gran clandestinidad” que sufrió el país desde 1932.

Pero la cruz fue un símbolo que se hizo permanente y generó adhesiones proletarias que acompañaban a familiares y compañeros que en peregrinación anual casi religiosa llegaban hasta el lugar, hasta que, meses antes de llegar la primavera democrática de 1945, habiendo sido asaltado el lugar y la rústica cruz destruida, sin que el dictador pudiera impedir que cada 15 de febrero los trabajadores y el pueblo pobre se reunieran en nombre del mártir para exigir justica.

Así, bajo la inspiración de Haya de la Torre, manos encallecidas por la labor de pesca, sudorosos campesinos de la zona y con la contribución desinteresada de un sin número de ciudadanos libres, bajo la atenta vigilia de Alfredo Tello Salavarría , lugarteniente de Manuel «Búfalo» Barreto en la Revolución de Trujillo  y, Carlos Tello, reconocido aprista de la localidad de Barranca, se iniciaron las actividades para que, con la mptica fortaleza obrera local, se levantara una nueva Cruz, una labor que estos animadores, promotores, testigos y protagonistas de tremenda obra, cumplirían a pesar de las dificultades y las estrecheses económica.

De forma emocionada se fue levantando esta nueva señal de identificación popular en tributo a un hijo del pueblo, al autodidacta que se hizo líder entre los cañaverales en la región de La Libertad, que  organizó inquietudes obreras y campesinas para luego representarlas políticamente al ser elegido Diputado constituyente aprista en 1931, legando el impulso de la organización proletaria, sus luchas y la autoría de importantes iniciativas legales y conquistas laborales.

Arévalo, tal como registra la historia,  fue detenido tras una persecución oprobiosa ordenada por el dictador Benavides en febrero de 1937. Encarcelado y torturado de manera monstruosa, fue asesinado por la espalda y de manera cobarde, justo allí, hasta donde tres criminales captados para la policía política, lo llevaron creyendo que su muerte física quebraría al movimiento. Si bien eso no sucedió, si hirieron  el corazón del pueblo trabajador y aprista que desde entonces sangra de forma permanente esperando justicia.

Luis Alberto Sánchez, narró dramáticamente en su Memorias que: “Le destrozaron las falanges de los dedos metiéndolas entre los goznes de una puerta para reventárselas al cerrarlas violentamente. Sin dedos, azotado, golpeado, colgado de lo que quedaba de manos, Arévalo fue despachado en un automóvil hacia Lima a fin de evitar la protesta de los cañaveleros del valle de Chicama”. Por eso la vida de Arévalo constituye un emblema de dignidad para los trabajadores y para quienes, inspirados en su lealtad y consecuencia, siguen sus pasos buscando mla transformación social y la justicia social.

La tumba vacía donde reposa una lápida fría en el Cementerio de Miraflores, en la ciudad de Trujillo, da cuenta de una ausencia simbólica que por años la reacción consideró una victoria, sin embargo, tras su muerte, Arévalo pasó a la inmortalidad convirtiendo su pensamiento y obra en un mandato: Fe, unión, disciplina y acción. Tal vez por eso, entre otras razones,  la Cruz de Arévalo sigua siendo un punto de peregrinación proletaria y un centro de reavivamiento espiritual y aprista que nos recuerda la heroica vida de un noble luchador social que entendió que la verdadera victoria sobre la opresión y la injusticia, está en el sentido trascendente de la conquista de la justicia social que hoy, mirando la Cruz, ubicada a la vera de la carretera Panamericana, exalta  la vida de sacrificio y entrega de un mártir como Arévalo, quien llegó al mundo en la localidad de Santiago de Cao, en el Valle de Chicama, en tierras de La Libertad, se hizo aprista y nos legó la dignidad de una lucha en la que cayó sabiendo que su muerte jamás será olvidada.

 

 

Gráfico y fotos: Croce, archivos LS.

LUIS ALBERTO SANCHEZ EN LA INMENSIDAD DE LA HISTORIA

Luis Alberto Sanchez, o “el doctor Océano”, vino con el siglo XX (1900), y su nacimiento data del mismo día en que algunos recuerdan «el encuentro de dos mundos» y otros, «el testimonio cruel del genocidio de millones de indios en manos de la conquista del Imperio».

Fue profesor de escuela, escritor, periodista, abogado, crítico literario, traductor, editor, catedrático universitario y político. De ideas liberales, comentó más de una vez que quiso estudiar en el Primer Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe, pero terminó matriculado -por caprichos del destino y decisión familiar-, en La Recoleta ya que sus padres querían alejarlo de los revoltosos

Fue parte sustantiva del equipo que hizo realidad el proyecto del periódico aprista “La Tribuna” del que fue su exitoso director junto a Manuel Seoane, con quien, en muy pocos meses, tras haber revolucionado el periodismo local con nuevos formatos y aportes modernos, competía con el diario “El Comercio”, a quien confrontó en medio de una polémica ideológica que la historia recuerda como el gran debate entre la oligarquía y los pobres.

Hombre de fe y partido, su vida estuvo ligada a las Altas Letras, al aprismo al que consagró su vida y, a Haya de la Torre, con quien mantuvo una relación personal, intelectual y política entrañable.

A él se debe la afirmación posterior de los valores de la Reforma Universitaria que mantuvo desde el llamado “Conversatorio Universitario” del que formaron parte Raul Porras Barrenechea y el propio Haya de la Torre, entre otros, pero también y de manera sustantiva, la llamada segunda reforma. Su vida intelectual está ligada a su militancia política en el aprismo, a la fraternidad masónica de la que fue integrante activo y, a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de la que fue tres veces rector, y en la que sus aportes son tangibles y de alguna manera graficados en el impulso a la investigación y la realización del proyecto de la Ciudad Universitaria.

Alejado de los brindis pacatos que ofrecía la intelectualidad burguesa, le fueron esquivas las nominaciones pomposas y los reconocimientos de la aristocracia intelectual, pagando con dignidad su militancia política, aunque su vivo interés por la realidad nacional y la literatura, marcaron el compás de la historia de la que fue real protagonista, por eso, sus reconocimientos llegaron por sí mismos y luego, su nombre aparecería en el registro histórico con sus más de cien libros publicados.

Tentado en muchas ocasiones, fijó una línea inquebrantable contra la felonía y la traición. Lo recuerdo emocionado en sus clases de Historia de América, en su curul Parlamentaria o, en su sobrio estudio del jirón Moquegua, en medio de esa impenitente condición de periodista que atendía «columnas» de comentarios radiales muy de mañana, de Abogado desarrollando estrategias procesales en su Estudio Jurídico, mirando el mundo críticamente, traduciendo textos y recibiendo sin mayor complicación a quienes lo visitábamos, claro, cuando no asistía al partido a las reuniones de la Comisión política, apoyado siempre por un conjunto invalorable de colaboradores que lo asistían y entre los que destacaban Alberto Franco, amigo, sanmarquino y compañero de mi padre y Manuel Aquézolo, compañero villarrealino.

Había perdido gradualmente la vista y sin embargo, cada vez parecía ver mejor que otros cada acto o suceso que se producía en el país o en el mundo. Dueño de una inteligencia magistral, ejercitaba a menudo su sagacidad casi instintiva -al que con los años le adicionó esa ventaja que da la experiencia- confrontando polémicamente a sus adversarios políticos cada vez que podía.

El buen Luis Alberto, el compañero Sanchez, o simplemente LAS, vivió al compás del latido de su corazón aprista que dejó de latir el 06 de febrero de 1994, año en el que, como suele suceder, comenzaron los homenajes tardíos y negados por mezquindad en vida.

Aunque LAS pudo siempre más que sus adversarios y constituye un referente de la política peruana y latino o indoamericana, su recuerdo perenniza el sentido trascendente de una vida puesta al servicio de la cultura y la política, de esa buena política que significaba entrega y servicio y que, en estos tiempos de mediocridad y corrupción, tanto extrañamos y necesitamos.

¿VAMOS TRAS EL CANDIDATO IDEAL?

Reflexión electoral…

Tras las sucesivas crisis económicas y la pandemia, uno de los aspectos más sensibles para la población es la falta de confianza y el desaliento.

Es innegable que todo indica que nadie cree en nadie, que todos desconfían de todos y que incluso, creyentes y ateos, esperan irónicamente, milagros frente a una realidad dramática que combina la insensibilidad (o incapacidad) gubernamental con una pandemia que hace que la muerte nos golpee el rostro a diario.

Es evidente que este escenario ha desnudado la fragilidad humana, la debilidad ciudadana y la falta de compromiso de un conjunto de aventureros que se hicieron del poder para saquear las arcas públicas. El problema es que sin atrevernos a ensayar una descripción del futuro de anormalidades que nos espera, primero debemos afirmar que ese es un tema anterior a la emergencia sanitaria y que nuestras carencias como país están íntimamente relacionadas con la dimensión de la corrupción y la impunidad en la que hemos vivido y que nos llevó a encontrar pretextos para nuestras desgracias y justificaciones para las  irresponsables conductas sociales, signos de un tiempo en el que la palabra cada vez significa menos, la convivencia sólo da derechos y no genera obligaciones, la falta de moral es considerada una falta superable y la traición, es un derecho a la subsistencia con defensores de oficio.

Pero, además, la Campaña Electoral nos aproxima a un escenario de fuegos artificiales, a maniobras que deben alertarnos sobre intereses cada cual más ilegítimo que el otro. La necesidad de prudencia surge llamándonos a actuar con respeto por los demás, insistir en cambios posibles, urgentes y necesarios para «no apoyar”, a ningún candidato que aparezca dentro de la “estructura institucional on line” que no represente ideas y programas confiables.

Los partidos o movimientos, como los conocíamos- siguen soportando una dura crisis que, de hecho, superarán, pero mientras tanto, lo ideal, es que el candidato de esta hora, por lo menos, represente lo que quien lo postula es. Vale decir, que la peregrina idea de los mercantilistas que exigen “que un candidato sea lo que la gente quiere que sea”, es un atentado a la ética política y además, un despropósito grosero usado como argumento por un populismo mediocre que detesta la ideología y proscribe la doctrina, llegando al colmo de usar a dioses paganos de frases elaboradas, la felicidad como idea abstracta, la dádiva y todos esos lugares comunes que constituyen parte de la farsa usada generalmente por la mediocridad o el corrupto para intentar mantenerse en el poder .

Sólo una biografía que refuerce el objetivo político, que eduque y promueva la nueva ciudadanía pos pandemia, que concerte ideales y conjugue planes podrá salvar al país y, de paso, a los partidos y a las instituciones del abismo al que están próximos. Entiendan que no actuar en consonancia con principios, tiene un costo. Allá quien esté dispuesto a pagar esa factura tan alta. Sé que finalmente tendremos futuro si actuamos de acuerdo a nuestras convicciones.No olvidemos que todos tenemos derecho a pelear con molinos de viento al lado del hidalgo Don Quijote de la Mancha si nos da la gana, pero también, a quemarnos en el fuego perverso de la décima fosa al que pertenecen a los charlatanes y falsificadores en La “Divina Comedia” de Dante Alighieri.

 

 

Graficos: asfiscal/Gustave Doré: Ilustración del Paraíso para la Divina comedia.

Y AHORA, ¿QUIÉN CONSUELA A MAFALDA?

A Quino, en la inmensidad de su universo

La voz preocupada de un compañero, me alerta. Joaquín Lavado, Quino, ha desaparecido. La noticia estruja el alma de quienes aún respiran solidaridad y militancia más allá de los años y estos tiempos donde el corazón se hace de hojalata. Las preguntas van y vienen en un mar inmenso y lleno de tanta desolación como el que sufren las Madres de Plaza de Mayo en Buenos Aires o, en las manifestaciones que en Santiago y parte de américa latina y el caribe han producido los deudos de los desaparecidos por las dictaduras y donde Mafalda siempre estuvo presente.

Joaquín, Quino, o sencillamente, el papá de Malfalda, parece haber sido golpeado por un sátrapa peor, injusto y por momentos inclemente, que nos lo arrebató para dejarnos sin ese ser que nos distanciaba de la mirada del mundo real, frio e inmisericorde que Mafalda trata con tanta ingenuidad irónica. Y es que nos quédanos con ese sentido inmaterial y no pecuniario del progreso, esa vocación por la felicidad que convertía lo cotidiano en “un sin sentido”, y la alerta a las vanguardias de “los sin miedo” para enfrentar todo con buen talante y la misma provocadora ironía que fluía cuando se preguntaba: ¿Porque los que luchan contra la violencia, usan más violencia para luchar? o ¿Porque para preservar la vida hay algunos que matan?

No sé si la familia marchará en su memoria o, la memoria de Quino marchará sobre el mundo con el más sutil de los lenguajes y la más fina de sus ironías. Con el tío de Susanita, Manolito, Felipe, Miguelito, Guille y todos los demás, levantamos la mirada al infinito y nos preguntemos con la misma ingenuidad en la que viven ¿Por qué se van los buenos y nos dejan tantos gobernantes malos?

Mafalda hizo filosofía profunda y su voz fue consigna.  El buen Descartes le seguirá sirviendo mientras deshoja margaritas y Mafalda, la ironía viva, la tribulación andando, la angustia superada y la fuerza de una razón pura, se seguirá quedando -como muchas de su género-, en los impactantes 6 años que tenía en setiembre de 1964 –cuando apareció- en medio de la nostalgia absoluta de los Beatles, los atisbos de nuevas generaciones atrevidas y la defensa impenitente de los niños y sus derechos del mundo de paz, ese universo que anhelaba y que lo sentía esquivo porque no “podía  ir derecho ya que nunca le permitieron aprender a manejar”, sobre todo,  para tratar de vivir mejor en “esa democracia que se compra en la botica porque se consume en gotas”.

Guerrera, femenina, activista y militante, nos acompañó en las protestas contra intervenciones imperiales y la violencia del hambre. Siempre progresista y presente en las marchas estudiantiles y políticas -donde sus mensajes se convertían en leyenda-, vistió de faldas cortas cuando todas usaban largas, se resistió a usar pantalón y mantuvo el cabello cortó cuando se imponían fastuosos y largos, replicaba en tiempos en los que otras callaban y terminó en el suelo, golpeada en medio del gas lacrimógeno cuando, como yo, fuimos reprimidos en aquellas manifestaciones en las que su boina roja jamás se le movió de la cabeza.

Si me acompañó tantas veces, ahora que su papá no está, siento que debo acompañarla, aunque a sus 56 años siga pareciendo tener muchos menos años y ya no está sola, millones de compañeros en el mundo entero la acompañan ante la ausencia de Quino, reclamándole simbólicamente a la vida: ¡VIVO LO CONOCIMOS Y VIVO LO QUEREMOS!

Hasta siempre, Quino.