Cubiertos de sotanas impenitentes, predicadores entusiasmados con textos de autoayuda blandiéndolas a los cuatro vientos, van al mismo compás de los aventureros y mercaderes en la política actual, todos anunciando “tiempos nuevos” construidos sobre los muertos de la pandemia, en esa especie de tragicomedia que grafica patéticamente un momento de la vida en el que parecen asaltarnos todos los demonios y las plagas posibles, incluyendo, claro, el fascismo.
La verdad, es que no deberíamos sufrir los apremios que vivimos porque tuvimos tiempo y posibilidades suficientes para proveer mejores recursos y edificar refugios de vida sobre la prosperidad de épocas no muy distantes, en la que los recursos y la riqueza fueron dilapidados para dar paso a esos nuevos millonarios que, por puro afán corrupto, nos sumieron en el inframundo sórdido de esa increíble sucesión de gobiernos improvisados y mediocres que sólo nos legaron mayor frustración y desaliento.
Por eso las próximas elecciones podrían ser el punto de inflexión de aquella tendencia fatal y, aun con irremplazables ausencias, debería promover una mejor elección, conociendo a los personajes que participan y sus planes con la finalidad de superar los problemas y reconstruir moral, económica y políticamente al país. Pero esta es una elección llena de limitaciones, en medio del abandono de la población en la emergencia sanitaria, con una voluntad de fraude manifiesta y ciudadanos sin empleo y alimento cumpliendo el reto del ¡sálvese quien pueda! y para quienes la palabra futuro tiene un tufo a drama, justamente, el escenario ideal para el extremismo individualista y para el fascismo que avanza –como idea y como expresión política- montado sobre un encantador discurso populista y envuelto sutilmente en lugares comunes con la finalidad que no se les reconozca como los autores de la segregación, los campos de concentración, el exterminio de millones de personas con gas letal o, simplemente, como los promotores de guerras civiles en los que la muerte era preferible a sus regímenes de odio.
Aunque algunos despistados crean superada aquella experiencia, el fascismo supervive en la intolerancia, en la xenofobia, en las diferencias y en todas esas expresiones de violencia profundamente enraizado entre élites que no aceptan que el mundo no es el mismo y que el pensamiento corporativista y totalitario, aun con nuevos actores y su aggiornamento, sigue siendo tan pernicioso como siempre, como lo prueban desde el practicismo del discurso populista, las experiencias autoritarias en Venezuela o Brasil, parte de Europa y hasta en USA, donde, con la complicidad de cierta prensa concesiva trató de imponer “un pensamiento alternativo” que sigue jugando con el razonamiento básico de Joseph Goebbels para obtener ventajas dentro del sistema hasta hacerlo implosionar, experiencias que promueven la idea de una democracia inservible y débil y que colocó a la cabeza del poder a personajes como Bolsonaro o Trump, típicos lobos con piel de cordero.
El social-fascismo, el neo-fascismo, el fascismo popular o simplemente, el populismo fascista, es una realidad, está aquí y se quiere poner de moda. No se siente socialista como antes, tampoco gusta de la exacerbación del nacionalismo chovinista y ante tanto mestizo eso de la superioridad de la raza como que no pega. Hoy está más cómodo en el iluminado mundo de la mediocridad y haciendo de las suyas con esa parte conservadora de una jerarquía eclesial que preserva tesoros materiales y está lejos del cristo de los pobres resistiéndose a dejar el oropel y el poder, mientras en conjunto difunden un pragmatismo neoliberal que usa los quiebres y las grietas exhibidas en la sociedad democrática para mantener abiertas heridas que hagan posible imponer discursos desoladores, corrientes políticas y tipos de Estados totalitarios, autoritarios, antiliberales, antimarxistas, anticristianos, pero, sobre todo, abierta y profundamente antidemocráticos que convaliden su inexorable proyecto, por encima del bien común y las libertades.
En el Perú, el fascismo se organizó tras el movimiento Unión Revolucionaria que lideró Luis A. Flores, quien, con el respaldo de quienes predicaban en latin para que nadie los entendiera, co-gobernó con Luis Miguel Sanchez Cerro, presidente que desató una cruel cacería humana contra el aprismo opositor a su gobierno, protagonizando una represión brutal y el bombardeo de población civil inocente en la revolución de Trujillo producida el año 1932 con un saldo de muertes que significaron una herida sangrante en el corazón de la nación. Sanchez Cerro fue asesinado al año siguiente de la insurgencia popular de Trujillo y tras su muerte, desaparecieron sus seguidores (a quienes se conocía como “los camisas negras”) desactivándose tambien el partido U.R., aunque en verdad han mantenido en sigilo sus ideas y una muy activa presencia social, empresarial y hasta política.
El fascismo local ha esperado agazapado un nuevo momento y ahora está en campaña. Mete sus narices -como en sus orígenes- en medio de las familias con el pretexto de combatir “la decadencia” y lo hace con la bendición del Opus Dei que sugiere volver a las tradiciones. Actúa a través de membretes que promueven “democracias mucho más directas”, todas impositivas y con las que pretenden seguir ganando, por ahora, pequeñas batallas que sigan estigmatizando a los demócratas, sus enemigos de siempre. Los viejos terroristas del fascismo están de regreso a la acción directa y hay que denunciarlo. Fungen de pacíficos emprendedores que exigen una patria para los patriotas y promueven banderas como la expulsión de los extranjeros y el imperio de una manera más o menos uniforme de pensar, en la que el odio se convierte en la herramienta más usada porque facilita la reacción emocional que es propicia para la consigna, aun cuando vaya ésta contra la justicia, la tolerancia y el respeto.
Aunque no invoquen a Mussolini, Hitler o Franco, el neo fascismo peruano persigue nuevas adhesiones y se apresura a exhibir algunos éxitos individuales como modelo de prosperidad común, rindiéndole tributo a lo material, como si ello los hiciera mejores. Nutridos de xenofobia y promoviendo valoraciones simplistas, manejan una moral subjetiva con la que construyen una realidad montada en falacias en la que pretende usar para sus fines al mismo pueblo que desprecia. Tal vez, por eso, los signos de alarma “fascio” sean los exabruptos y las desinteligencias en una campaña en la que no pueden ocultar su verdadero rostro, distinguiéndose entre quienes respaldan al criminal humaliento que llamaban «carlos» cuando asesinaba campesinos, el fujimorismo de cuentas pendientes, el vizcarrismo corrupto, el asesino del periodista Bustíos, el ignorante ex alcalde victorioso, quien ofrece “plata como cancha” y el mantenido morado, respecto de los cuales oponen una renovación -dizque popular- en la que un conservador a ultranza, integrante del Opus y en consecuencia, impedido de leer sin permiso ninguna obra considerada errónea como las de Marx, Freud, Nietzsche o Sartre, se viste de activo y prometedor empresario para promover la dimensión única de su verdad en medio de gente pobre a la que sorprende, como si no supiéramos que las considera, con Benito Mussolini, “masa descartable, hombres grises”.