HUMAREDA, MARILIN MONROE Y EL DESTINO

Nunca imaginé que mis vínculos con el periodismo me llevarían, de golpe, hacia el centro mismo de la genialidad, menos, que una casualidad, convertiría a un practicante como yo, en el reportero que realizaría la entrevista  acordada con Victor Humareda. 

Victor Humareda Gallegos, era de esos personajes que habían hecho de Lima una ciudad menos grisácea y fría. Su nombre generaba reconocimiento, aunque afincado en el populoso distrito de «La Victoria», había quienes en voz baja se referían a él como un marginal. Transitó impenitentemente hacia el bar «El Cordano» ubicado justo frente a palacio de gobierno en el centro de Lima por décadas,  llevando siempre a cuestas hojas en blanco, sus compañías imaginarias, fantasías irredentas y una risa burlona y sin sentido aparente que -mientras pudo- dejó constancia de su presencia.

Un trazo magistral solía acompañar ese pacto con la pintura que mantuvo frenéticamente hasta el último de sus días (o noches), dejando genial constancia de un expresionismo que lleva al observador de su obra ensimismado y casi de la misma forma como la complejidad y simpleza de  Vallejo nos traslada hacia un mundo de creación y riqueza espiritual.

Un día como hoy, 21 de noviembre, el año 1986, falleció en la ciudad de los Reyes el genial Victor Humareda. Sus ojos se cerraron luego que su voz se acallara antes de los 66 años de edad, cuando la vida no le debía exigir ese retiro que en cambio el cáncer le cobró.  La ciudad de Lampa, en Puno, había sido testigo de una pobreza secular allá en los años 20 del siglo pasado,  pero desde entonces sus logros sumaron victorias, primero desde que abandono la pobreza y luego, cuando comenzó a abrirse caminos de éxito con esfuerzo y trabajo en Arequipa y Lima,  donde en 1939 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes, cuyos conocimientos y técnicas usó para salvar del hambre y la estrechez pintando en las calles.

Fuertemente influenciado por su origen, adoptó la corriente indigenista como propia y reconoció como sus maestros a José Sabogal y Juan Manuel Ugarte Eléspuru, entre otros, para, al terminar sus estudios, lograr una beca que lo llevó a Argentina hacia 1950, donde su formación artística se complementó  en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación de Buenos Aires.

Regresó al Perú el año 1952 con una exposición exitosa a cuestas  y más de una década después, volvió a marchar a Europa de donde volvió victorioso. Mi encuentro con el maestro Humareda se produjo cuando el periodista que lo entrevistaría sufrió un impase y tuve que reemplazarlo, sin saber que ese mismo día, quedaría prendado de este ser raro y al mismo tiempo genial. La conversación, ya impregnada por las dificultades del habla, sus propios conflictos internos y acaso, la suma de harta incomprensión, me permitió conocer al hombre real, el de los trazos que hablan, quien lleno de ternura y voz altisonante expresaba profundo y harto amor.

Fueron testimonios de fantasías, celebridades  y colores que envuelven su vida. Al culminar la nota, con varios diablos encima, lo dejé recostado en su habitación del viejo hotel «Lima» en «La Parada» donde dialogaba con Marilyn Monroe, quien desde la inmensidad de la pared parecía protegerlo mientras era acurrucado por el insaciable grito de ambulantes, prostitutas  y comercio callejero que lo rodeaba.  Antes de cerrar la puerta, mire de frente a su acompañante permanente y le pedí que velara su sueño. Humareda era tan grande que su alma parecía no entrarle en la ropa.

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