A pesar de las expectativas que llegaron con el siglo XXI, los sucesos entre Rusia y Ucrania, nos devuelven a los modales hegemónicos de la peor época de la guerra fría URSS-USA. Por eso, la condena de la guerra, sin tomar nota del contexto en el que se produce, ni los intereses en juego, nos puede llevar al simplismo de «pedir paz», mientras enterramos cadáveres y se acumulan sumas siderales producidas por la venta de armamento, todo, como preludio de una conflagración de irresponsables, dramáticas e incalculables consecuencias.
Estados Unidos, bajo el pretexto de una amenaza rusa sobre Kiev, movilizó destacamentos militares en Europa Oriental, provocando que la Federación Rusa produzca una guerra denunciando a los norteamericanos por alentar la integración de Ucrania a la OTAN, una alianza de países cuya actividad, Moscú siente que afecta seriamente la estabilidad de la región. Es decir, el conflicto ruso-ucraniano esconde la vieja disputa imperial por el control geopolítico que antes nos llevó hacia dos guerras de las que pareciera haberse aprendido poco.
La ofensiva rusa tras las regiones de Donetsk y Lugansk son absolutamente condenables y aprovechadas notoriamente por un neo nacionalismo fascista envuelto en chovinismos -algunos independentistas- sobre los que actúa la misma bota militar que se usaba en la ex Unión Soviética, donde la caída de la “cortina de hierro” y el llamado fin del “socialismo real” no terminaron de liquidar esa noción de identidad totalitaria que el comunismo se empeñó en cincelar para preservar el obsesivo convencimiento comunista “de ser la nación llamada a asumir el rol protector que tenía el social-imperialismo soviético”, un modelo extendido a los territorios que siguen constituyendo en el razonamiento ruso, “parte de su influencia natural”.
Hay que condenar la guerra y acompañar la intervención de la comunidad de naciones en pro de la paz, pero cuidando que, tras todo el activismo entusiasta de estos días no siga moviendo sus hilos (intereses el gran titiritero norteamericano que utiliza una lógica maniquea por la cual “interviene contra quien atenta contra la libertad o necesita preservarla ”, cuando tiene temas pendientes que explicar sobre el mismo asunto en Afganistán, Irak, Libia y Siria.
Solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo, pero sin olvidar que el imperialismo y la opresión son despreciables, sean financiados con dólares o rublos.
Gráfico La Razón.es