PEDRO CASTILLO Y EL EPÍLOGO DE UNA FARSA

Probablemente no haya nada más racista y clasista que la manera como la izquierda comunista y los promotores del gobierno de Perú Libre trataron a Pedro Castillo Terrones, un personaje al que consideraron no sólo como un limitado dirigente gremial, sino, como influenciable y suficientemente torpe como para ponerlo a la cabeza de una organización criminal que desde Palacio de gobierno podría robar sin control dineros del Estado, pero al que manera entusiasta se sumaría el cogollo coterráneo y familiar que superaría largamente el record criminal que habían logrado en el poder los paisanos y sobrinísimos del corrupto ex presidente Alejandro Toledo.

Manipulado hasta reducirlo a personaje de tira cómica, Pedro Castillo fue incapaz de reconocer sus propias limitaciones, circunstancia que lo involucró en el mundo perverso de un comunismo criminal que trató de poner en jaque sin éxito a la democracia, aunque no queda claro porqué Castillo cedió a todas las exigencias de poder que recibió, ni con quien decidió dar el paso final en esta aventura torpe de errores reeditados que no calzan con la desesperación, orientándonos en cambio hacia el error de cálculo que le terminó pasando una costosa e impagable factura.

A estas alturas y desde la absoluta soledad en la que se encuentra, es más sencillo reconocer al verdadero personaje que se esconde tras el sombrero de rondero de Pedro Castillo para saber de qué y de quien estamos hablando. Este es el mismo dirigente magisterial que en medio de una manifestación gremial obedeciendo al grito “tírate al suelo “, se dejó caer con la facilidad de un paquete, con el objetivo de sorprender a la gente y conseguir publicidad, de la misma forma como, dócil y temblorosamente el “prosor” parecía obedecer la orden de un inescrutable golpe de Estado en el que, curiosa y contradictoriamente todo parecía irse al tacho.

Ahonda en las mismas dudas, la conducta de sus ministros y por qué lo terminaron abandonando, tal vez creyendo que de esa manera evitarían las responsabilidades y sanciones por una intentona por la que Castillo Terrones decidió marchar al inexorable cadalso que se ganan los dictadores.

Que Aníbal Torres siga a su lado, tampoco sorprende. Sanisidrino de complejos no resueltos, la cómoda posición económica y su edad no han sido impedimento para quebrar su biografía y borrar de un plumazo auspiciosos antecedentes profesionales. Lo cierto es que hay nombres que no deberían pasar y quedar impunes en medio de esta hilarante historia de movidas dizque políticas, cuyo tramo final nos muestra un escenario que no es el ideal, pero es lo que hay.

Empieza un nuevo capítulo del mismo cuento y queda frenar el ánimo revanchista de los caviares que vuelven a escena para repetir su historia de acomodo, pero con sangre en el ojo. Será una nueva y compleja tarea el evitar que retornen las millonarias consultorías y ese modo de vida que les es tan afecto a estos radicales de papel que pretenden soplarle al oído a Dina Boluarte con el alto riesgo de repetir el escabroso camino de Toledo, Humala, Kuczynski, Sagasti y el propio Castillo, galería de corruptos a quienes los caviares promocionaron antes.

Mirar el bosque y no el árbol es un buen comienzo para lograr un clima de consensos y dialogo con el que nunca más, a nadie, debería ocurrírsele pretender restringir las libertades y cercar la democracia de la misma forma como el relevo presidencial debería ser entendido como el fin de un capítulo de penosos y graves desaciertos que, de intentar repetirse, tendrá el mismo destino fatal del período que acaba de terminar. Palabra de Maestro.