Crisis, violencia y subversión…
Puestos sobre la mesa los informes de los estragos producidos por sucesivos actos de violencia, la inexplicable respuesta del ex presidente Belaúnde ponía en evidencia la absoluta irresponsabilidad de la derecha política en el poder: “No, no, espérate, no, no, esto no es terrorismo, estos son abigeos. Cómo se te ocurre alarmar a la población”, fue la expresión crítica que quedaría registrada para la historia de la ironía.
De la sorpresa al horror
En pequeños núcleos obreros y de literatura universitaria, la inteligencia policial había detectado hacia finales de los años 70 del siglo pasado, un embrionario activismo orientado desde el discurso radical del comunismo, a la promoción de la violencia efectiva como arma política en la sociedad que aprovechaba la crisis terminal que enfrentaba la dictadura militar saliente, para generar caos, focalizando sus objetivos en la Carretera Central, lugar donde se concentra parte importante de la actividad industrial y, en universidades como San Marcos, San Cristóbal de Huamanga y La Cantuta.
Colgando perros muertos en algunos postes de la ciudad comenzaron a llamar la atención de cierta prensa que haría todo lo demás, generando historias diversas en torno a la imagen y significado de los animales muertos aparecidos -con morbo y harta zozobra incluída-, reflejados en titulares que aumentaron la venta de sus diarios, a costa de servir de «caja de resonancia» de los objetivos primarios de una horda de muerte que en los años siguientes regaría el país de sufrimiento.
Tras un primer impacto producido en la población, se sucederían luego, otro tipo de objetivos como los ataques a torres de alta tensión que dejaría en penumbras y sin actividad a ciudades enteras, los secuestros, las muertes selectivas y las explosiones por doquier, todos, actos de terror reivindicados desde el anonimato por el grupo subversivo Sendero Luminoso y que eran mostrados como miserables trofeos con un bárbaro saldo en vidas que crecería desde entonces de manera exponencial.
Golpeando directamente a inocentes y de manera constante, la convivencia con la violencia normalizó el terror que imponía el Partido Comunista S.L. llevando a los iniciales “negadores del terrorismo” en el gobierno, a iniciar un cruel registro de bajas humanas, monetarizando la destrucción del patrimonio nacional desde seguras y cómodas trincheras que se fueron construyendo para protegerse, dejando expuestos a los demás peruanos a la incertidumbre y la muerte, una penosa circunstancia que los llevó a renunciar a sus expectativas, a sus bienes, a la habitualidad de sus vidas evaluando la posibilidad de emigrar del país para encontrar la paz que se hizo esquiva al verse inmersos, sin merecerlo, en los dramas de una mal llamada guerra popular que parecía ir liquidando de a pocos, al país que pasó de ser un mendigo sentado en un banco de oro, a un país sentado sobre cadáveres y destrozos materiales incuantificables.
Ciegos en la derecha y tuertos en la izquierda comunista
Con el terror como espada de Damocles encima, quedaba en evidencia que los servicios de inteligencia no se habían equivocado y que «los abigeos de Belaúnde», eran terroristas. Los conservadores, una vez más, no fueron capaces de reconocer que el hambre, la desatención de los ciudadanos, el nivel de corrupción en el Estado y la falta de esperanza en la gente, aparecían teóricamente como el pretexto perfecto para tratar de justificar la escalada violenta que puso en evidencia la incapacidad objetiva del Estado burocrático y elefantiásico para enfrentar y frenar la la banda de fanáticos fundamentalistas que se habían declarado enemigos del Perú.
Los comunistas de la época que intgraban la izquierda radical, escondidos tras las sinuosas poses y discursos del parlamentarismo, ensayaban variopintas versiones de un confuso discurso que insistía que el poder nacía del fusil, cuando manantiales de sangre de víctimas inocentes del terror bañaban nuestra patria, resistiéndo sus principales dirigentes a aceptar que entre sus propios camaradas, en sus propias filas y con su mismo discurso, se encontraban quienes fueron capaces de poner en práctica, lo que su literatura promovía frenéticamente por décadas, por lo que la historia registra que, de la narrativa del PC histórico, al activismo terrorista de PC Sendero Luminoso solo quedaba la misma distancia que existía entre el pensamiento y la acción.
Esta fue, sin duda, una circunstancia fatal que los partidos de esa izquierda no supieron procesar, ni deslindar, prefiriendo el confort de la indefinición o la criminal indiferencia, un estado inanimado que constituyó la primera fase de una nueva posición de los ahora conversos del espécimen caviar, quienes alegan en todos los tonos, simplemente, no haber visto entonces, lo que era evidente, tratando de justificar su vocación politiquera y reaccionaria al haberse puesto de costado, para no enfrentar al terrorismo .
Las consecuencias derivadas del avance de las huestes sanguinarias de Guzmán Reynoso, émulo folclórico de Polpot y autor de un genocidio sin precedentes, se sufrieron por largo tiempo, a pesar, incluso, de la fuerza de la unidad de los peruanos que, superando la confusión de algunas autoridades, la campaña de malinformación de cierta prensa amarilla y el natural temor que producía este enemigo, supieron enfrentarlo en cada lugar que pudieron, en fábricas, en escuelas, en universidades, en los mercados, en los grupos sociales, en el seno de la comunidad organizada, etc., escenarios en donde, a pecho abierto y asimilando la experiencia adquirida a precio de vidas humanas, se amalgamaron todos los esfuerzos con los partidos políticos, movimientos sindicales, ronderos, brigadas de autodefensa y comunidades campesinas para sumarse a la labor desplegado por las fuerzas armadas y policiales que desarrollaba labores realizadas por unidades tactico-operativas como la DINCOTE, la DINOES y el propio GEIN.
Sería injusto, sin embargo, no ponderar el enorme esfuerzo desplegado por las organizaciones civiles democráticas, entre ellas, los partidos políticos cuyo compromiso, solo en el caso del APRA, entregó miles de vidas de sus militantes por la causa de la paz, permitiendo, en la etapa más difícil de la subversión, reconocer la voz de ciudadanos que en medio de aquella lucha, reconoció al enemigo, lo desafió en el seno del pueblo y ganó la mayor y más importante de todas las guerras, la ideológica, una victoria a la que siguieron las demás que terminaron por desarticular a S.L y su pretendido Ejército Guerrillero Popular.
Entre el primer acto terrorista en Chuschi, Ayacucho, el año 1980 y el momento cumbre de la derrota político-militar de Sendero Luminoso en noviembre de 1992 -cuando en Lima se capturó y llevó a prisión a Abimael Guzmán Reynoso y los principales cuadros de Sendero Luminoso-, hay un período de tiempo que es experiencia acumulada que, sin embargo, parece haber servido poco, ya que el Perú citadino y limeño mantuvo la división literal del país en dos, dejando al Perú rural provinciano alejado de la modernidad y desatendido económica, socialmente y culturalmente.
Sin rectificaciones
Mientras la algarabía patética por la derrota de Sendero Luminoso obnubilaba algunos, el neoliberalismo aprovechó las circunstancias para desatar otra guerra prolongada, también atemporal y tan grave como la del terrorismo, aunque esta vez, desde la derecha.
Los partidos políticos que habían ayudado tanto en el proceso de recuperación de la paz, fueron las primeras víctimas. Sobre ellos, sus dirigentes y sus bases, se desataron compañas infames –increíblemente como pretendía SL antes- tratando de borrar todo rasgo de cultura progresista y desmovilizarlos sin impotar su vocación democrática, a través de un «pragmatismo» que dedicó sus mayores esfuerzos a promover el individualismo y defender febrilmente el libre mercado, en vez de garantizar las libertades y los derechos de las personas de la sociedad plural, pensando con ello, haber acabado ahora si, con los partidos políticos de ideologíay raigambre popular.
Los conservadores se sintieron dueños absolutos de la historia, pensando seguir manejando el poder a su capricho y postergando desde el gobierno la posibilidd de resolver los conflictos sociales que varias décadas antes se habían usado como pretexto para el origen de la violencia terrorista. Pero acostumbrados al poder incuestionable, en esta etapa de su desarrollo político y sin mayores presiones, la derecha política terminó creyéndose su propio cuento al suponer que Sendero Luminoso había sido totalmente liquidado, que aquellas causas que sirvieron de caldo cultivo para su aparición y desarrollo ya no existieran, como si la cárcel hubiera eliminado su militancia fanatizada y como si se pudiera encapsular el tema subversivo por siempre (para que otro atentado como el de la calle Tarata en Miraflores no les explote en la cara), afincando el problema en donde no se sintiera, en un lugar aislado y suficientemente distante de Lima como para no verlo, es decir, allá, en las zonas de la selva, entre los ríos Apurímac, Ene y Mantaro.
Creer, como lo han hecho los defensores del Perú aristocrático, que desde Lima se puede entender y manejar la realidad del país, fue volver a suponer, erróneamente, que las ideas pueden desaparecer porque no nos gustan o, porque doy la orden que asi sea. No era suficiente detener dirigentes o duplicarles las penas porque no hay plazo que no se cumpla y, aunque su principal líder incluso esté muerto, la violencia, siendo endémica, sigue existiendo y afectando a la población y a las relaciones sociales existentes, por tanto, también ideal para seguir siendo usada como pretexto de una permanente rebeldía social.
Tras la captura de Abimael Guzmán, dos corrientes internas de S.L. se disputaron el liderazgo de la nueva etapa de la guerra popular que se iniciaba. Se impuso, a pesar de la capitulación del Comité Central, quienes planteaban la recomposición del partido y la continuación de la lucha por la vía política, dentro del Estado burgués, usando del parlamentarismo y todas las ventajas ofrecidas por el sistema. La guerra popular así, avanzaría sin los tropiezos de la primera etapa bajo la misma visión prolongada, mesiánica y atemporal a la que sirvió y vuelve a servir la torpe caviarada que desde su participación en la Comisión de la Verdad y Reconciliación (que no reconcilió a nadie) y la promoción propagandística del Lugar de la Memoria (selectiva y filo violentista), introduce en su narrativa, la idea de que la pobreza, inexorablemente, lleva a la violencia y que lo que hubo en el país fue un conflicto armado, ergo, una guerra civil, denominación que le permitió inmerecidamente a los terroristas invocar el auxilio de Naciones Unidas, pasearse por el mundo con campañas propagandísticas pro SL y buscar el apoyo de los organismos de los Derechos Humanos, gracias a la imposición de una neo clasificación que usa sin derecho, términos como guerrilleros, presos políticos, etc.
Violencia reeditada
Cuando en estos tiempos la violencia recrudece, vuelven a mostrarse antiguos conflictos sociales nuevamente toman las calles, haciendo coincidir actores legítimos, con motivaciones soterradas que usan las mismas causas de la protesta social como argumento de sus disloques violentistas.
La derecha, increíblemente, insiste en equivocarse cumpliendo un papel bobo. Alerta que quienes conducen estos acontecimientos son delincuentes comunes y bárbaros sin cultura, una especie de neo abigeos iletrados a los que considera que, «castigándolos pueden cambiar», mostrando un desconocimiento absoluto del problema y omitiendo sindicar directamente a los terroristas como autores en la sombra, aunque de esa forma dejan de reconocer sus propias debilidades y omisiones, mientras el comunismo, reciclado en su variante histórica y caviar, se poner otra vez de costado tras la miserable ironía de vivir más de cuarenta años sin haberse definido y menos, haber realizado un honesto mea culpa.
La lucha contra todo tipo de violencia, la defensa de las libertades y el derecho del pueblo a vivir en una sociedad de oportunidades y bienestar, reclama insistir en que el problema no es solo un asunto policial-militar, menos, un tema meramente político. La violencia es transversal y antiguo, no tiene su origen en la presencia de agentes de los países chavistas decididos a despedazar al Perú, ni al sueño de algunos bolivianos de tener una salida soberana al mar; tampoco es exclusiva responsabilidad del narcotráfico que por cierto, hace años superó todas las expectativas de siembra de coca por hectárea y produce “la mejor” droga de la región, sino que, en conjunto, tiene que ver con una problemática endémica, integral y estrechamente vinculada al modelo económico dependiente y primario exportador en el que nos movemos.
Es momento de entender que si bien la pobreza per sé no determina la violencia política, las crisis económicas y sus consecuencias sociales las exacerban, tornándolas impredecibles, razón por la que hay que dejar sin discurso al subversivo y desmotivar la violencia, desarticulando la pobreza, la exclusión y el racismo allí donde esté presente, revirtiendo el abandono del hombre del ande y la provincia, promoviendo una cultura progresista homologada que aluda una sociedad peruana unitaria e integrada, generando empleo digno y desarrollando un modelo de economía que respete la inventiva, otorgue oportunidades y promueva el emprendimiento popular que significa acercar el Estado a la gente para lograr niveles de desarrollo social por lo menos aceptables ya que irónicamente, aunque logremos de momento recuperar la paz ejerciendo violencia, el costo de víctimas seguirá creciendo, debiendo entenderse que se necesita más que opinólogos sin oficio conocido que promueven medidas paliativas y discursos distractivos promocionando un diálogo nacional cuya agenda social es inaplicable, porque pretende edificar sobre una mesa sin patas y llena de muertos, la paz.
La solución está en todos
Si no se acortan de manera urgente las dramáticas brechas económicas y sociales que distancian a los peruanos, entonces esta será una nueva oportunidad pérdida. Sendero Luminoso ya no existe como organización, es hoy un fantasma irredento, un espectro que de desdobla y deambula pretendiendo tomar el alma de los desesperados, de otros, para convertir en realidad su propia reencarnación a través de nuevas denominaciones en esta nueva etapa de su prolongada lucha armada, tratando de trasladarse al campo de la lucha política formal, copando dirigencias entre los maestros y unos pocos sindicatos por ahora, pero coincidiendo con el fascismo en la tarea desestabilizadora de socavar los cimientos de la sociedad democrática que tanto costó refundar.
El marxismo leninismo maoísmo es el marco teórico al que nos volvemos a enfrentar en esta nueva modalidad de «guerra popular» que nos plantea una confrontación política mucho más abierta y al mismo tiempo desembozada, es decir, un escenario que aterra a la derecha que se esconde pidiendo -ahora si- auxilio a las fuerzas políticas que tanto atacó y fue desarticulando para desgracia de la democracia.
Para que la sociedad logre superar esta realidad de violencia, se debe actuar unitariamente, venciéndola de raíz y combatido en todos los planos, el ideológico, el político, el sindical, el social, policial y militar quitándole todos los argumentos que usa el discurso terrorista para validar sus objetivos bajo el principio rector: Un pueblo que no aprende de sus errores, está condenado a repetirlos.