Una cruz a la vera del camino
“…Y porque hablo en nombre de todos los compañeros del Partido, tengo la obligación de entregarte un regalo. Yo sé que no van a entenderlo ni verlo siquiera los que no son apristas. Traigo en este cofre de espíritu, el viejo tesoro del aprismo. Abrimos una roja tapa de sangre y conmigo están – todos los vemos- las cuatro palabras mágicas de nuestra fortuna. Allí las puso Manuel (Arévalo) antes de irse hacia la muerte esa tarde del camino frente al mar. Allí están todavía intactas, relucientes, invictas, hablando del pasado y al futuro. Te las traemos hoy, como nuestro mejor regalo hecho promesa de mantenerlas y servirlas. Porque sabemos, compañero, hermano y Jefe, que nada llegará más puramente a tu corazón que saber que decenas de miles de apristas en todo el país, van a prometer conmigo seguir cuidando el tesoro de nuestras cuatro palabras mágicas: Fe, Unión, Disciplina y Acción”.
Manuel Seoane “Recado del Corazón del Pueblo”Día de la fraternidad – Estadio Nacional – Lima, 1946
“Quisiera que ustedes, los más jóvenes, siguieran el preclaro ejemplo de Manuel Arévalo (…) él no fue solamente un gran líder obrero, sino un heroico ciudadano y un autodidacta de extraordinaria cultura para su edad. Representante al Congreso a los 28 años, mártir a los 33, Arévalo fue fuerte de cuerpo y de mente y unió en su vida extraordinaria, todas las más superiores cualidades del hombre integral”
V.R. Haya de la Torre, rteunión con tejedores 17 de febrero de 1946
Aproximación al hombre y su ideal
El hecho que la biografía de un trabajador sea tan rica en realizaciones trascendentes, contenidos principistas y alta conciencia cívica, no debería llamar a sorpresa.
La historia de nuestros países y pueblos está llena de ejemplos de heroísmos cotidianos que contrastan con la suntuosidad de los insulsos y fatuos desprendimientos de las oligarquías que aparecen en narrativas en las que se tuerce la verdad para que los ricos luzcan misericordiosos, desprendidos y patriotas, mientras soslayan en el registro oficial, las gestas producidas por los pobres y el rol de sus esclarecidos dirigentes, aunque éstos hayan entregado la vida por causas de solidaridad, justicia y libertad.
Manuel Jesús Arévalo Cáceres fue un hombre sencillo del campo y autodidacta dedicado al trabajo desde muy niño. Colaboró entusiastamente para vencer la adversidad de la escaséz material y se lanzó a la búsqueda de mayores y mejores oportunidades mientras se formaba como hombre de bien, reconociendo su entorno y comprometiéndose con los esfuerzos de cambio que ya impulsaba el anarcosindicalismo, tratando de acabar con la brutal explotación que sufrían los trabajadores, entre los que forjó conciencia suficiente para vencer la apatía y el fatalismo, males que usaba el conservadurismo para mantenerse en el poder y desde allí, condenar al más abyecto oscurantismo a los pobres.
Arévalo sabía de la urgencia de realizar cambios, pero también, que el primer gran esfuerzo para lograr la transformación de la política y la economía, debía ser el del cambio del hombre-trabajador condicionado por siglos al individualismo, al consumismo y una lesiva pasividad que se propuso combatir para ponerle fin, a partir del redescubrir de los valores que hicieron grande nuestro pasado como pueblo y nación, acometiendo -con clara conciencia social-, nuevos objetivos, roles y responsabilidades en la construcción de ese futuro mejor que solo podía ser posible, permitiendo que, como ha sucedido durante casi todo el siglo XX, el movimiento popular indoamericano -del que Arévalo constituye un paradigma-, siguiera siendo la vanguardia organizada de los que menos tienen en medio de la larga e inagotable lucha por la justicia social.
Con un impresionante y dedicado activismo, irrumpió en el mundo obrero-campesino, respondiendo este joven y esclarecido dirigente liberteño, al impulso de los nuevos tiempos con la consistencia de las ideas que abrazaba, pero consolidando, además, un liderazgo que patrocinó la exigencia de derechos largamente postergados y la conquista de beneficios orientados a la mejora de las condiciones generales del trabajo, sin lamentaciones, ni actitudes desesperadas y dando pasos certeros hacia un nuevo modelo de convivencia ciudadana con mucho menos desigualdad.
Las características del modelo propuesto y su protagónico rol personal en la consecución de los objetivos trazados, nos lleva a hacer un alto en la presencia de Arévalo, poniendo énfasis en la dimensión del valor del hombre, pero comprendiendo cuáles fueron los demás elementos que se conjugaron en el momento que le tocó vivir, permitiéndole avanzar exitosamente en lo que puede ser definido como un activismo innovador que promovió la unidad sobre compromisos que confrontaron el abuso y pugnó por abolir la explotación del hombre por el hombre, inflamando voluntades con las que el pueblo organizado conseguiría victoriosas jornadas en esa marcha transformadora llamada a convertirse en el sostén del ejercicio de una nueva y plena participación popular, notoria desde los primeros años del siglo pasado.
La vida de Manuel Arévalo constituye un ejemplo que nos aproxima tempranamente a la filosofía misma de una legítima rebeldía popular, una que viene del pueblo y retorna a él sembrando experiencias y retroalimentándose a través de vidas consagradas, de voluntades puestas al servicio de objetivos superiores que ayudaron a moldear el perfil del nuevo hombre indoamericano, en la perspectiva de un futuro distinto al que defendía la sociedad oligarca, elitista y excluyente que vapuleaba el frágil interés humano para someterlo, ninguneando los gestos insurgentes del pueblo pobre al que quisieron mantener en la letanía de una historia de tiempos horizontales cuya narrativa resaltaba solo el protagonismo insulso de los ricos, como si en el contexto de la vida social de los pueblos nunca pasara absolutamente nada distinto a lo que ellos hacían.
La noción de posibilidades, progreso y solidaridad que incorpora Manuel Arévalo al discurso proletario, le devuelve protagonismo a la agremiación que se enriquece con los impulsos revolucionarios que llegan con el inicio del siglo XX, permitiendo realizaciones creativas y la aplicación de nuevos métodos de lucha en las que participa el pueblo cuya conciencia se eleva, orientando sus esfuerzos hacia el fortalecimiento de la organización sindical moderna, aquella que insiste en rescatar a los ciudadanos del oscurantismo en el que viven, imponiendo una cultura de solidaridad en el que la unidad en la acción, es capaz de vencer esa otra idea de “fatalidad inexorable” por la cual los ricos hacen creer que, quien nace en la pobreza material no solo es un discapacitado emocional y moral, sino, un ser incapaz de emprendimientos y negado para superar esa realidad adversa, un estadío en el que además, abandonar los estudios “es lo que siempre sucede” para que haya mayor posibilidad de acceder a laborar, abaratando la mano de obra del trabajador, fuerza productora a la que consideran un elemento de segunda clase, contratable o vendible, característica despreciable de un tipo de semi-esclavitud que pretende que el trabajador siga siendo la fuerza generadora de una riqueza ajena.
Una característica que vale la pena resaltar, es que Arévalo abandonó el “yo” de las satisfacciones individuales, para defender el “somos” que guía la fuerza constructiva de un tipo de progresismo en el que no es posible omitir el aporte del anarcosindicalismo, ni el pensamiento político de Victor Raul Haya de la Torre, expresados en la palabra y la acción de preclaros líderes populares como Nicolás Gutarra, Adalberto Fonken, Julio Portocarrero, Miguelina Acosta, Carlos Barba, Arturo Sabroso, Manuel Guerrero Quimper, Magda Portal y Manuel Seoane, personalidades con los que, entre otros, descartó la vieja asociación de pobreza material, trabajo manual y mala suerte, con esa rebeldía anárquica y violentista a la que opuso, a partir de la exacta comprensión del problema económico y social, un modelo de organización donde una nueva filosofía de la transformación llamaba al proletariado a romper con el pasado vergonzante, para incorporarse al proceso de reedificación de su propia identidad, socializando múltiples y realizables inquietudes que fueron dejando sin posibilidades a la utopía del socialismo igualitario y la dictadura proletaria, asumiendo un programa de transición revolucionaria como un espacio temporal posible, preservando sobre todo, la defensa de la libertad, priorizando el objetivo de la democratización de la economía para garantizar a todos los ciudadanos, el bien común.
Como respetado líder de los trabajadores y gran dirigente político, Arévalo avanzó de la mano del anarcosindicalismo precursor hacia el pensamiento y la obra del aprismo, fortaleciendo la noción del frente único, una alianza pluriclasista de trabajadores manuales e intelectuales, un movimiento progresista de vanguardia que libraría en lo inmediato, dos tipos de batallas, la primera, contra las formas groseras de explotación y otra, de igual o mayor importancia, confrontando los vicios impenitentes que afectaban la conducta social de los obreros en particular y los trabajadores en general, debido a la proliferación del alcohol, el opio y el ocio difundidos masivamente entre los pobres que veían aletargada la voluntad del hombre, quebrantaba su moral y desaparecida la disciplina, ahondando los serios problemas de salud sobrevinientes, que se sumaban a los económicos de fuerte impacto familiar y social.
Fueron importantes los proyectos desarrollados por Arévalo y también, innumerables las agremiaciones y colectivos a los que acompañó en medio del sufrimiento que anidaban entre la supuesta prosperidad de las haciendas azucareras y la naciente industria, razón por la que levantó todas las veces que fue necesario, su voz firme y decidida, reclamando unidad y lucha persistente, exigiéndole a sus hermanos, solidaridad constante, dejando severa y persistente constancia de la obligación de proscribir a los más perversos enemigos de la clase trabajadora, es decir, al divisionismo, el personalismo reaccionario y la traición.
De allí su vocación promotora de una férrea disciplina, justo en un tiempo en el que ya se había convertido por mandato del pueblo -como años después lo haría Luis Negreiros Vega- en la cabeza visible del activo y combativo sindicalismo proletario y la organización clandestina del aprismo norteño, llevando tras él, columnas de hombres libres defensores de las libertades que marchaban sin descanso hacia la confrontación por mejores condiciones de vida.
La orden que el general Óscar Raimundo Benavides Larrea heredó de su antecesor, el también presidente y tirano Luis Miguel Sanchez Cerro, fue simple: “asesinar a Manuel Arévalo”. Pensaban que, con el crimen del líder de los trabajadores, terminarían las manifestaciones de protesta y vencerían finalmente la oposición del aprismo y el movimiento obrero. Se equivocaron.
Las manifestaciones sociales que el pueblo producía no representaban la perspectiva de un hombre ni de una sola organización, por importante que esta fuera, eran reacciones producidas sobre la base de ideales y compromisos que se hacían carne entre la gente. Por eso, contra lo que suponían los regímenes de oprobio, el sufrimiento y crimen cometido contra Manuel Arévalo, se convirtió en fuente de inspiración, radicalizó la acción popular y sumó un significado distinto a la lucha misma, incorporando una idea mucho más clara de la estrategia en la lucha obrera que entendió entonces, la urgencia de consolidar plataformas comunes y unitarias que permitieran confrontar la realidad política, buscando mantener al tope la dignidad de los pobres en una gesta sin cuartel contra los embates de las tiranías, incluso, en plena clandestinidad.
La noticia de la muerte del líder sindicalista y político produjo un tremendo impacto en la moral combatiente de los trabajadores, en sus organizaciones y en las bases del Partido del Pueblo, como se conocía al aprismo peruano, pero desde que Arévalo pasó a la inmortalidad, vio sus ideas elevadas al infinito de la gloria y multitudinariamente difundidas.
Las investigaciones concluyeron que Salomón Arancibia, el mismo miserable que alteró la información y condujo a la muerte a Manuel Barreto Risco “Búfalo”, en el asalto al Cuartel O´donovan en la revolución popular de Trujillo del año 1932, fue el que, reeditando aquella conducta vil, recibió pago por entregar al líder obrero. Arévalo, por su parte, tras su captura, se elevó por encima de sus perseguidores y aceptó su militancia sindical y política con honor y valentía, alejándose una y otra vez -cuando la muerte lo acechaba a cada instante-, de las flaquezas que produce el comprensible temor humano.
Sus pensamientos estuvieron dirigidos hacia los suyos, a la familia, a sus nobles compañeros de los cañaverales, a los obreros que mantenían la organización obrera con el riesgo de su propia seguridad, a las cooperativas que impulsó y, hacia Victor Raul, su hermano, el jefe del partido y conductor de la revolución transformadora cuya vida debía ser preservada porque con él, subsistía el derecho de los pobres a un mejor destino.
Ramiro Priale Prialé y Alfredo Tello Salavarría recogieron con objetividad, paciencia y mucha dedicación, por largos años, valiosos testimonios que sirvieron a Luis Alberto Sanchez para reconstruir la historia de aquel crimen, confirmando, por ejemplo, que, en medio de los interrogatorios, Manuel Arévalo respondía cada pregunta con arengas partidarias y cada ofrecimiento de canjear su vida por la ubicación de los principales refugios de los dirigentes apristas, con una sonrisa que apenas se podía notar en su boca ya deformada por los brutales golpes.
Asi, cansados los verdugos por los procedimientos de tortura aplicados por largas horas sin conseguir absolutamente nada, sus captores lo condujeron por el Gólgota, a empellones tras cada caída, rumbo a la muerte, mientras el cuerpo maltrecho mantenía su dignidad en consonancia con aquel juramento de lealtad al noble pueblo aprista que había realizado con Haya de la Torre en las ruinas de la ciudadela pre inca de Chan Chan, donde se había fusilado a miles de inocentes el año 1932, acusados de exigir beligerantemente justicia y libertad.
La muerte de Arévalo, prohombre del movimiento popular –cual ironía del destino- – fue sin duda un tributo a la vida, una de esas circunstancias que trascienden el episodio mismo de la expiración en el umbral de la inmortalidad convertida en el corazón del proletariado en ejemplo perdurable.
Este hombre sencillo, trabajador del campo, un autodidacta, luego obrero, dirigente sindical y líder político de solo 33 años, fue canjeado por la miseria de la traición y unas monedas como un profeta de tiempos nuevos para morir finalmente, abatido por el odio y la insania, constituyendo su desaparición física un testimonio de firmes convicciones y entrega a una sentida obra liberadora, extraordinaria coincidencia con la historia de la cristiandad, donde hace más de dos mil años, los serviles de un imperio extranjero, asesinaron a quien, como Arévalo, con honor y lealtad a sus ideales, supo trascender en palabra y obra, proclamando como quedó escrito desde los orígenes de la fe: que por la verdad seríamos libres.