MILEI FRENTE AL PERONISMO Y EL ENCANTO DE LOS MODALES FASCISTAS

Exclusivo para la Plataforma de «HORIZONTE POSIBLE»

 

Las preocupaciones parecen no provenir de las propuestas de Javier Milei, sino, del tono altisonante de una postura con rasgos de intolerancia, insensibilidad y desaprensión, un estilo que, sin duda, le traerá al nuevo régimen, un problema que apellida Perón.

 

El drama de nuestras sociedades da para todo, incluso, para que el tono autoritario del neofascismo se ponga de moda y la popularidad de los outsiders neoliberales generen entusiasmos, arrastrando un tufo antidemocrático que trata de subordinar todas las esferas de la sociedad a su visión ideológica totalizadora, la misma que se expande donde la confrontación política toma ribetes delictivos insospechados y la corrupción se impone transversalmente, despertando falanges totalitarias, con rasgos ultranacionalistas y por lo general de extrema derecha, que se posesionan en el hartazgo de la gente, hurgando en sus fibras más íntimas para afincarse en las bases fofas de un patrioterismo lleno de desaliento y frustración colectiva, exacerbado por reacciones histriónicas y generalmente patológicas de personajes “destinados” a lavarle el rostro a la derecha política tras una suma interminables de fracasos en la historia mundial.

En los últimos tiempos, el camino parece haber sido allanado por la ultraderechista Marine Le Pen en Francia y Jair Messias Bolsonaro en Brasil, donde todo parece indicar que el extremismo económico fundamentalista de los conservadores se abrió paso bajo la misma patente neoliberal de los pragmáticos que venían tratando sin éxito desde finales del siglo XX, de borrar todo atisbo social que consideran despojos de una etapa de sublimación idealista, pero sin responder por sus propias responsabilidades en los efectos del modelo económico que precarizó la vida social toda la pasada centuria, generando condiciones para la protesta social frente a una economía supeditada al pago de la deuda externa y, con una educación -eje del desarrollo-, convertida en un laboratorio de ensayos individualistas cuya superestructura terminó deformando la voluntad de los jóvenes bajo la doctrina del “no importa nada, solo los índices positivos de una despersonalizada e insensible macroeconomía”.

Aunque las crisis que vivimos los países indoamericanos parecieran ser las mismas, su origen y la profundidad de la perversión moral que se produce en cada país ha sido de tal magnitud, que removió todo tipo de liderazgos, incluyendo los empresariales y culturales, mostrando la política como anacrónica y amoral, un escenario en el que la tentación totalitaria se desplaza cómodamente apoyado en un bastón de formas autocráticas y con una prédica desesperanzada y fatalista que sirve para anunciar “la buena nueva de la recomposición neoliberal“ y, con ella, el fin de las políticas en defensa de la vida, la dignidad y el progreso social.

Para hacer viable el camino anunciado, el neofascismo propone acabar con todos los gastos, incluyendo, naturalmente, el mayor de todos, el de la asistencia social, una decisión a la que le sigue otra, la de la privatización indiscriminada que significará el remate de la propiedad pública, con el consecuente despido de millones de trabajadores del campo y la ciudad a quienes se le arrebata el futuro, en medio de una farsa de prosperidad pragmática que devuelve teóricamente, índices en azul en las cuentas fiscales, mientras millones de familias caen de forma incontenible en la miseria material de un modelo de sociedad que América Latina conoce bien, porque hizo por décadas, mucho más ricos a unos pocos, y absolutamente pobres a millones de ciudadanos que, embadurnados de dolor y sangre, ya no les quedaba nada por perder.

Argentina es una joda, dicen los muchachos agolpados en las escaleras de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, sin saber si perderán los subsidios del Estado, razón por la que el triunfo de Javier Milei no parece producirles mucha algarabía, trasmitiendo, en cambio, preocupación por la mayor polarización del país, sobre todo, si el primer poder del Estado, el Parlamento, mantendrá al tope los colores peronistas contra los que Milei tendrá que jugar desde el ejecutivo su más importante partido.

Estas elecciones no han medido la trascendencia de sus resultados en el tiempo, ni la calidad del voto que recibió el actor mutado sin carnet a la política, quien cree, además, que la “ola anticorrupción” le dará suficiente oxígeno para resistir esta maratón que recién se inicia y en la que -cuál cruzada religiosa- anuncia cumplir las recetas del Fondo Monetario Internacional, dolarizando la economía, un hecho cuyas consecuencias serán devastadoras en el plano social-popular, sin mencionar, además, que lo que se emprende es en realidad, el gran negocio del remate de los activos de la nación argentina, dizque, “para sanear las brechas del mismo sistema neoliberal que las creó y, que ahora se promueve con un nuevo y dislocado rostro” para cumplir una tarea harto complicada, en un país donde se pretenden seguir recetas norteamericanas que no generan mucho afecto, sobre todo porque los argentinos crecieron mirando la grandeza de la cultura europea del desarrollo y no, las hamburguesas y la Coca Cola que suele ofrecer a un dólar, el Tío Sam.

Pero si bien el desaguisado entre el discurso y la futura obra de Milei produce harto desconcierto, que millones de argentinos votaran por el peronismo, poniendo en riesgo el triunfo de Milei, no significa que santifican la terrible corrupción desatada con Carlos Menen y que continuaron los Kirchner tras la aplicación de recetas neoliberales en Argentina, golpeando directamente la filosofía histórica del peronismo que, pese el desastre moral, ha sabido mantener firme su defensa histórica tras la imagen popular de Evita entre el pueblo.

¿Podrá entonces Milei robarle al peronismo una tregua mínima?

Poco probable, si se mantienen los anuncios confrontacionales de estos días. Los peronistas no renunciarán a todo aquello que los hizo parte del sentimiento nacional argentino y, menos, a la asistencia a sus descamisados ni, a los trabajadores que, en general, mantienen la poderosa maquinaria sindical de la CGT (Confederación General del Trabajo de la República Argentina), que viene siendo puesta a prueba todos los días.

El peronismo puso a su controvertido ministro de economía como candidato en la campaña y los medios de comunicación montaron una campaña contra los rastros de la corrupción de Néstor Kirchner y los Fernández (Alberto y Cristina), sin que los resultados de la votación en el parlamento y la elección presencial misma, hayan sido contundentes en favor de Milei, quien ganó raspando, una peligrosa señal que podría indicarnos que esta victoria, en el tiempo medio, podría resultar pírrica.

Argentina parece seguir viviendo tras las huellas de Perón y Evita -quizás su mejor momento-, y no detrás de la suerte de la corrupción de algunos «peronistas», justo en el momento en el que Javier Milei podría sucumbir en un país que parece aniegado de desesperanzas y en el que “el loco” sigue saltando en medio del charco porque no se le ocurre nada más allá, que la infeliz idea de echar mano a la asistencia social con la que subsisten los argentinos, como un pretexto para liquidar en realidad todo lo que pueda recordarles al peronismo.

Por otro lado, el discurso anti peronista proviene parcelado de diversas canteras, apropiándose solo, de la mitad de los votos, mientras la otra mitad, sigue siendo un puño popular y peronista. Los extremistas, entre radicales conservadores y fascistas, gritan entusiastas “su victoria” consumiendo sus propias mentiras y aggiornando sus posiciones con ese odio a la “clase política” de la que el diputado Javier Milei forma parte desde hace mucho tiempo, mientras los peronistas esperarán un mejor momento para dar la batalla.

El anunció del nuevo mandatario en torno a que «hoy comienza la reconstrucción de Argentina» es, en realidad, una advertencia sobre lo que va a destruir, renunciando, probablemente, a la necesidad de aprender a vivir civilizada y democráticamente, discrepando y produciendo cambios que no afecten a la gente. Finalmente, la dosis de tolerancia que parece faltarle al nuevo gobernante es la que necesita para hallar una gobernanza que parece serle esquiva, debiéndole extender la mano a un peronismo que detesta, pero que late bajo el recuerdo de “Evita” con quien, a pesar del fascismo y de Milei, el pueblo canta y actúa en las fábricas, las minas, el campo y en las universidades esa parte de la marcha peronista que les recuerda: “…la Argentina grande con que San Martín soñó, es la realidad efectiva que debemos a Perón”.

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