EL FASCISMO DEL SIGLO XXI

 La misma trampa

Tal vez aún no hayamos visto, ni sufrido, todo lo que el hombre es capaz de hacer contra si mismo; tal vez, lo peor e incomprensible de las secuelas producidas por las complejas relaciones en la mal llamada civilización moderna nos siga golpeando el rostro, mostrándonos esa larga e impenitente lista de desafíos globales sin priorizar, cuyas respuestas –como antes- son aleatorias y tratan de paliar los efectos de graves problemas, cuando  el cambio climático, las pandemias y la sucesión de crisis en la economía mundial, nos refleja la experimentación de la gota de agua que golpea y golpea la piedra pudiendo orarla, no por la fuerza, sino por la persistencia.

Esa realidad nos sigue planteando retos relacionados con la visión de un presente hilarante que nos orilla en un futuro incierto frente al capitalismo que debió buscar el beneficio y la competencia sana en los mercados, pero que muestra niveles degradantes que lo han llevado a “lavarse la cara” varias veces, debido a una serie de problemas y crisis que se derivan de la desaceleración de una economía arteroesclerótica cuyo decrecimiento muestra un ritmo preocupante, mientras, según los expertos, la pobreza material en cambio, “avanza aceleradamente”, todo, gracias, precisamente, a ese t0rpe afán de temerle a «los cliché de progresistas» que los lleva disminuir incentivos, lo que produce perspectivas mediatizadas de crecimiento, el debilitamiento de la inversión y, de manera natural, mayor crisis, con  el consabido aumento de la deuda externa y un estilo de vida de la población signado cada vez por mayores restricciones y el aumento de la pobreza.

El siglo XX, pese a las nuevas ideas, la incursión de las masas en politica, el fortalecimiento del sindicalismo y la fundación del APRA como gran partido del pueblo, fue catastrófico para el poder oligárquico.  José de la Riva Aguero había retornado de Europa y las ideas fascistas reboloteaban en el escebnario nacional bajo su inspiración y la del notable activismo de Luis Alberto Flores Medina, personaje que junto a Luis Miguel Sanchez Cerro fundó el partido «Unión Revolucionaria», dando vida al ensayo precursor del «fascismo a la peruana» que dedicó todo su esfuerzo a la confrontación con el partido de Haya de la Torre, mostrando desde sus inicios, el impacto de la filosofía del crimen hecho doctrina, desapareciendo todos los niveles de tolerancia para dar paso al sugimiento del Antiaprismo (espacio del pensamiento totalizador) con el que los  regímenes de intolerancia, discriminación y odio signaron el derrotero de la Nación. En 1932, el «Año de la Barbarie,» como hito macabro de un período de la prolongada Guerra Civil, fue testigo de las caravanas de muerte que conducían a miles de presos políticos para ser asesinados en improvisados paredones de muerte en las tierras de la cultura Chan Chan, al norte del país, lugar donde los apristas sufrieron la ilegal pena capital, acusados del delito de luchar por las libertades, convencidos de que solo el aprismo salvaría al Perú.

A fines de los años 90 del siglo pasado, el viejo capitalismo (que ya contaba con “mil rostros”), perdía la batalla ideológica y política frente a la enorme fuerza moral popular de las fuerzas del auténtico progresismo democrático, el mismo que se seguía reclamando de izquierda  por su lucha al servicio de los que menos tienen, en todos los planos del quehacer social donde bregan por sentar las bases de la justicia social, un aspecto que produjo «terror» en los defensores del capitalismo a ultranza , quienes habiendo alcanzado un “estatus salvaje”, consideraban, absolutamente confundidos,  que todo asomo de progresismo se encuentra reñido con la “libertad del mercado” , confundiendo erróneamente al histórico progresismo precursor de las revolcuión democrática,  con la estafa chavista del corrupto «socialismo del siglo XXI», sosteniendo además, que el propio capitalismo «acabaría por su propia dinámica con las groseras desigualdades en la sociedad”.

Si bien la lucha politica se mantuvo sin treguas por las décadas siguientes, incluyó directamente a la fuente operativa del imperialismo,  el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuando a esas alturas de la historia, el capitalismo había aceptado la necesidad de cambiar el modelo, razón por la que -en medio del debate mundial de las ideologías-, tuvo que robarle al socialismo que despreció siempre, la idea de la seguridad social universal y la planificación (antes expresiones químicamente puras del socialismo) para “darle al capitalismo un rostro humano”, difundiendo, de paso, frenéticamente, las tesis del “fin de las ideologías y el ocaso de los partidos políticos”, banderas con las que el conservadurismo saludó la llegada del nuevo siglo XXI con alegorías y banderines propias del pragmatismo neoliberal que se ponía de moda.

Para el socialismo democrático y para las fuerzas de la izquierda democrática latinoamericana, especialmente el aprismo de Victor Raul Haya de la Torre,  el pueblo seguía siendo la inspiración de todos sus esfuerzos y por tanto, todo lo que lo afectaba las libertades, garantías y la moral revolucionaria, resultaban contrarios a sus motivaciones.

Por eso el escenario de lucha se reabría con el enfrentamiento a las fuerzas de la oligarquía, pero, tambioén, al incompetente y corrupto “socialismo del siglo XXI”, corriente que terminó liquidando la reserva moral y el altruísmo de la izquierda histórica, encumbrando a un militar más, al altar de las dictaduras. Hugo Chávez Frías, fue desde entonces, responsable del hecho que la histórica denominación socialista, gracias a la perversa narrativa y el necio actuar político gubernamental del “chavismo” latinoamericano, fuera relacionada directamente con las peores experiencias totalitarias de las dictaduras comunistas y corruptas del mundo.

Chávez se murio sin reconocer que la denominación  del “socialismo del siglo XXI” no le pertenecía a él, sino que fue una idea que surgió de la reflexión del sociólogo alemán Heinz Dieterich Steffan[1] quien en una entrevista realizada el año 2007, reconoció haber inventado dicha denominación, a propósito del análisis que realizaba en torno al socialismo soviético y la teoría de la transición latinoamericana, diez años antes que el “chavismo” lo hiciera suyo en el V Foro Social Mundial realizado en Porto Alegre, el año 2005.

Si bien en los años siguientes el “chavismo” usó como escudo al socialismo, esta no fue una influencia que el militar venezolano hubiera recibido, mucho menos estudiado, por lo que solo representó “una marca” con la que navegó en el anecdotario político regional, proyectándose  hacia Bolivia y muy pocos países de América Latina (que incluyen quienes vieron en la brisa  regional, una oportunidad para lograr fondos que, de otra manera, no hiubieran llegado por ejemplo a Nicaragua, ni a Argentina), siendo atacada por la izquierda latinoamericana por el fraude que representaba y, también, por la derecha política y el neoliberalismo ideológico conservador que descubrieron «el alma corrupta de la tiranía» y las razones para desenmascararla y, de paso, una extraordinaria justificación para la fracasada reunificación del pensamiento conservador.

Hay quienes creen quje el significativo avance del fascismo en Europa (Italia y Francia sobre todo), alienta una réplica latinoamericana, nada más falso, menos si vuelven los estigmas que reviven la cultura del odio y la discriminación convertidas en “antis” , las mismas que, siendo parte de dinámicas singulares, pone en marcha un plan destinado a golpear colectividades políticas, como quien discrimina por raza, sexo o ideas, una filosofía en la que se han  manejado cómodamente, siempre,  las derechas, cuya experiencia el aprismo peruano conoció perfectamente a través de más de seis décadas de cruel e insana persecución, carcelería y martirologio.[2]

No identificar en esta hora la naturaleza y gravedad del escenario descrito, ayuda a que surjan propuestas que ensombrecen el panorama del presente y su implicancia futura, ya que, al no haber aprendido de los errores del pasado, las sucesivas crisis de los países latinoamericanos determina la preeminencia de economías deficitarias, agotadas tras  improductivos ensayos populistas que desbordaron la política, imponiendo una realidad amoral y corrupta que subsiste aggiornada a borbotones por la demagogia y la normalización de la desaprensión que parecen ser las principales características de los nuevos modelos gubernamentales de la ultraderecha conservadora.

Ayuda a esta perspectiva antipopular, el hecho de que en los países conservadores se sigue quebrando todo atisbo de gobernanza y cuestionando torpemente la ayuda social en el marco  de la idolatrización de una economía «dizque» libre, pero empeñada en patrocinar privilegios de monopolios, oligopolios y las fuerzas que gobiernan el mercado, por lo general, bajo la peregrina idea de que éste (el mercado) es omnipresente porque está en todo, omnisciente porque puede explicarlo todo y omnipotente porque las fuerzas que se desarrollan en él modulan todos los comportamientos de la vida social.

La ultraderecha europea señaló el nuevo rumbo que seguirán las fuerzas conservadoras latinoamericanas que siguen intentando responder las posiciones del progresismo de la socialdemocracia y la izquierda democrática aprista, ensayando el resurgimiento de un tipo de fascismo usado como vehículo eficaz y «tercera posición» que trata de ubicarse entre la oligarquía conservadora tradicional y las fuerzas comprometidas con el cambio social que desprecia, no solo porque afecta sus intereses, sino, porque para poder imponer su pensamiento totalizador y seguir controlando los Estados, necesita vencer política e ideológicamente, organizar una falange, y difundir propagandísticamente los estigmas y dogmas que normalicen el culto a la violencia y la consolidación del odio en el poder, un asunto por lo menos impensable.

En este escenario sin embarho, la polémica no es teocrática porque no hay nada más mundano que la economía, y por eso, hay que aclarar la confusión que se produce cuando se alude el progresismo histórico de las ideologías constructivas de izquierda refiriéndolas como si fueran anacrónicas y perversas, confundiéndola con el llamado socialismo del siglo XX, cuya aclaración resulta un asunto fundamental, ya que los movimientos democráticos de izquierda no tienen relación alguna con el fracaso del comunismo y, mucho menos, con las posturas involutivas del llamado socialismo del siglo XXI defendido a ultranza por el Foro de Sao Paulo, un lugar que por cierto, es desde donde se patrocinan liderazgos, ideas, gobiernos y movimientos caracterizados por restringir las libertades, limitar las posibilidades de realización de los ciudadanos, impedir el desarrollo de la conciencia expresada en la verdadera organización popular que sabe que, aplicar recetas económicas sin control del gasto público, exacerbar el asistencialismo y, en consecuencia, defender una política de subsidios indiscriminados, corresponde al espíritu reaccionario del populismo, una prospección doctrinaria de raíces autocráticas que junto a la oclocracia exacerba al lumpen.

Según  el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832) en su libro “Vindiciae Gallicae”, la oclocracia se describe como “la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo”[3], constituyendo estas ideas, un retroceso que afecta a las masas, conspira contra la organización revolucionaria del pueblo e impide la generación de los cambios necesarios para vencer la explotación, la opresión y la extrema pobreza material en la que parecen coincidir la experiencia de gobiernos del socialismo del siglo XXI y, ahora, del Fascismo del siglo XXI.

En este sentido, si bien Jair Messias Bolsonaro aparece con mayor nitidez el empeño de modernidad del fascismo de la extrema derecha brasilera con el abrupto retiro de las protecciones del Estado, la reducción de su presencia social, su cada vez menor rol empresarial, su ausencia en la afirmación de valores para la protección ambientalista, la defensa de tierras cuyas comunidades originarias reclaman como propias y una interminable plataforma conservadora que incluye el rechazo a la eutanasia, la legalización del aborto, el reconocimiento de la unión de hecho entre personas del mismo sexo y, un largo excétera, llena de discriminación y posturas patriarcales, propias de una sociedad brutal que llega al extremo de normalizar en nombre de una neo-divinidad trastornada, esa justicia humana que aspira al orden, pero en una civilización que legitima la violencia, tolera la tortura, permite la muerte y normaliza el sufrimiento, para aceptar los crímenes de lesa humanidad.

Una bárbara dicotomía enfrenta en competencia en estos tiempo a los incompetentes que han hecho de la política de la región una tribuna de odio que se responde con el mismo tono tras el encumbramiento de otra personalidad alharacosa, el argentino Javier Milei, quien se hizo presidente de Argentina para convertirse en lo mejor que le ha pasado a ese fascismo que usa un pragmatismo conservador solo para ponderar “las bondades del mercado que todo lo puede” y al que hay que combatir con firme desición.

Pero, por si acaso, alguien  necesita refrescar la Memoria historica de la nación, aquí van algunos nombres llenos de protagonismo criminal fascista: Luis Miguel Sánchez Cerro, Augusto Benavides Larrea, Manuel  Odría,  Juan Velasco Alvarado y Alberto Fujimori (Perú), Tiburcio Carías Andino (Honduras), Fulgencio Batista y Fidel Castro (Cuba), Gustavo Rojas Pinilla (Colombia), Carlos Castillo Armas (Guatemala),  Rafael Videla (Argentina), Hugo Banzer (Bolivia), Joao Baptista Figueiredo (Brasil),Augusto Pinochet (Chile), François Duvalier (Haití), Guillermo Rodríguez Lara (Ecuador), Anastasio Somoza y sus dos hijos Luis y Anastasio (Nicaragua), Manuel Antonio Noriega (Panamá), Alfredo Stroessner (Paraguay), Rafael Leónidas Trujillo (República Dominicana), Juan María Bordaberry (Uruguay), Marcos Pérez Jiménez, Hugo Chávez frías y Nicolás Maduro (Venezuela) constituyen distintas personalidades y narrativas que sin embargo, no debemos olvidar porque parecen alimentar bocanadas de violencia en el comunismo y el fascismo, extremos que parecen alimentarse de los mismos errores del pasado trágico indoamericano en la que tiranías  y dictaduras civiles y militares, todas sangrientas y feroces, se regodeaban como personajes extraídos de los dramáticos anillos de condena de la Divina Comedia de Dante Alhieri.

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[1] Revista Kaosenlared.net. Cristina Marcano. Entrevista a Heinz Dieterich. Visto el 26 de julio 2024 en:  https://web.archive.org/web/20110520094850 /http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=28818

[2] Luna Segura, German. Combatientes sin Tiempo. Insurgencia y Barbarie (Perú 1931-1935) Edit. GL/Búho. Lima 2020.

[3] Mackintosh, James. Estudos del siglo XVIII. “Vindiciae Gallicae”. Edit. Vol.14 Nro.3. Publicado por The Johns Hopkins University Press. (1981)